EL FANTÁSTICO FRANCIS HARDY, CURANDERO, de Brian Friel, en la Guindalera.

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CRÍTICA

«¡El fantástico Francis Hardy, curandero! ¡Sólo por esta noche!«, reza un cartel en escena. El anuncio de una noche llena de recuerdos, lirismo, sacrificio, dolor, amor y creación. Protagonizada por tres personajes, su verdad, emociones y sentimientos. Y tres visiones sobre esa misma noche y un mismo hombre: El fantástico Francis Hardy, curandero (Faith Healer), la obra de Brian Friel que Juan Pastor vuelve a recuperar para ese refugio del arte que es la Guindalera. Y es un gusto, un verdadero placer, saborear el buen hacer, el mimo y la delicadeza con la que Pastor y su equipo tratan los textos.

Faith Healer es un tratado acerca de la creación, sobre los recuerdos y el sacrificio en sus múltiples aspectos. El texto del irlandés Brian Friel, en esta ocasión adaptado por Manuel Benito, no es fácil. Su sutileza y aristas complican una inmersión inmediata del espectador. No se puede catalogar como artefacto “de entretenimiento” este Francis Hardy. El montaje, estructurado en monólogos, tiene en la palabra su arma principal. El comienzo con el monólogo del curandero interpretado por Bruno Lastra no proporciona asideros, lo que provoca cierta desorientación. Sin embargo a partir de la aparición de Grace, la amante del anterior (interpretada por una espléndida María Pastor), el espectador se sumerge por completo en la historia de estos dolorosos personajes. Y es con el representante Teddy, interpretado por Felipe Andrés, cuando el público dispone de las herramientas necesarias para reinterpretar los hechos narrados. Porque es éste un espectáculo en el que el espectador se convierte en sujeto activo, en parte integrante de la narración ya él que debe reconstruir los hechos que le van narrando. Poco a poco se van elaborando imágenes, sucesos, emociones que se nos relatan al igual que en un cuento oral antiguo transmitido de generación en generación para que nosotros los imaginemos. Ahí está su mayor mérito y tal vez unos de sus peligros, ya que Pastor se ciñe a este texto, desnudando el espacio y renunciando a construir un escenario algo más elaborado que pudiera ayudar a un espectador perezoso a integrarse en la narración. Pero ahí está la valentía también y la apuesta de un montaje centrado en la palabra y en su poder evocador. Que además cuenta con tres interpretaciones espléndidas, en especial la de una intensa y dolorosa María Pastor, caminando permanentemente sobre la cuerda floja pero manteniendo el equilibrio emocional sin caer al vacío. Y la un Felipe Andrés que logra la complicidad del público con el personaje más cercano, tierno y cómicamente patético de los tres. La interpretación de Bruno Lastra, aunque perfecta en el registro embaucador de curandero, puede resultar por momentos demasiado luminosa para lo que se intuye en el fondo del personaje, su dolor y desorientación con respecto a su don. Porque El fantástico Francis Hardy es un ejercicio evocador sobre el poder de la creación artística, los sacrificios que conlleva y la dependencia del artista ante la casualidad del talento, como dice Juan Pastor. Un montaje íntimo y desnudo que ama el texto en el que se basa. Absolutamente recomendable para esos espectadores que no se conforman con que les den las cosas hechas. Para amantes de la orfebrería teatral. Y para todos aquellos que todavía confían en el poder curativo del arte.

FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA

REPARTO

Frank: Bruno Lastra
Grace: María Pastor
Teddy: Felipe Andrés

Traducción: Manuel Benito
Producción y ambientación: Teresa Valentín-Gamazo
Iluminación y Espacio escénico: Juan Pastor
Dirección: Juan Pastor

PÁGINA WEB: www.teatroguindalera.com

CUANDO FUIMOS DOS, de Fernando J. López. Uno más uno no son dos.

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CRÍTICA

«Cuando fuimos dos». El pasado ya lo dice todo. Cuando creíamos que nada ni nadie podría separarnos. Cuando después todo empezó a resquebrajarse. Y de dos, poco a poco y casi sin querer, se vuelve a ser uno más uno (o tal vez nunca se dejó de serlo). «Cuando fuimos dos» es un espectáculo que hace dudar de la aritmética emocional y que se puede ver en una nueva, cuidada y preparada sala de la capital: El Sol de York. Antes de nada comentar la valentía de abrir una sala en los tiempos que corren, y todos los buenos deseos y parabienes a esta sala que promete darnos muy buenos momentos de teatro.

Y ahora vamos al asunto: el espectáculo, un texto de Fernando J. López dirigido por Quino Falero (El manual de la Buena Esposa), que indaga en el intersticio del amor: esa hendidura o espacio que media entre dos cuerpos o entre dos partes de un mismo cuerpo. Esos dos que pueden llegar a ser uno solo. En este caso dos hombres (que bien podrían ser dos mujeres u hombre y mujer, en este caso el género es lo de menos) se encuentran en un espacio en tránsito, un espacio desmantelado, universo común de una relación: el piso que tienen que dejar, embalado en cajas y dispuesto para su reparto. A través de flash-backs iremos asistiendo a la evolución de la relación entre esta pareja y a su progresivo resquebrajamiento, envenenado por los celos, la promiscuidad y el egocentrismo. Felipe Andrés es Eloy, un escritor inseguro que conoce a César, David Tortosa (al que pudimos ver en Tick Tick Boom), un narcisista que disfruta de gustar y llevarse a la cama a todo lo que se le cruza casi de forma compulsiva. Algo por otra parte que muchos reconocerán (al igual que su obsesión por las redes sociales). Las diferencias unen y separan a estos dos personajes que nos mostrarán cara y cruz de unas escenas cotidianas en clave básicamente cómica, ante las que parte del público se sentirá como delante de un espejo.

La puesta en escena, con esa omnipresente cama y las cajas, la agradable banda sonora y la cálida iluminación nos acompañan a lo largo de esta relación de pareja, que el espectador siente tremendamente cercana. Todo el mundo (sea uno gay o no) ha pasado por alguno de sus momentos, y por eso funciona tan bien la obra. Los actores hacen próximos a sus personajes, sus dudas y sus miedos, y consiguen conectar con el público, que responde ante la propuesta. En definitiva, «Cuando fuimos dos» es una obra sincera y sencilla, agradable aunque agridulce, sobre esa cosa llamada amor (o necesidad, o dependencia) y lo complicado que es. Sobre la dificultad de ser dos, y no sólo uno más uno. Porque, aunque parezca mentira, a veces la aritmética (sobre todo en cuanto a tema sentimental se refiere) engaña. Y uno más uno no son dos.


SALA EL SOL DE YORK. MADRID


Web de la compañía: www.criacuervos.es

Web de la sala: www.elsoldeyork.com