Crítica por Miguel Gabaldón.
Qué gusto da escuchar a «La Espert« recitando el poema de Shakespeare La violación de Lucrecia. Y mira que no soy muy fan de esta diva (la sobreactuación parece que está siempre agazapada en su inquietante sonrisa), pero en esta ocasión, y gracias también a la mano maestra de Miguel del Arco, consigue ofrecer un tour de force realmente impresionante, lleno de matices, colores, y se entiende por qué se le puede llamar un auténtico mito de la escena.
El trágico poema shakespeariano, traducido por José Luis Rivas Vélez, acerca del pérfido Tarquino y su insano deseo por la casta Lucrecia, esposa de Colatino (un hecho que desembocaría en el advinimiento de la República en Roma) se convierte en el montaje que se puede ver en la Abadía (cuatro años después de su estreno en el Español) en un aténtico festín. Un must para cualquier amante del buen teatro. La violación de Lucrecia es un poema gore, lleno de deseo impúdicos, sangre y violencia, que en contra de lo esperable, se pone en escena de la manera más elegante que se pueda imaginar.
Nuria Espert, ya con las sienes plateadas, consigue mantener la atención durante el más de hora y cuarto que dura el espectáculo, llenando con sus matices, inflexiones y años de sabiduría cada segundo de su parlamento. Y es que lo de la catalana tiene tela, porque ya simplemente afrontar este reto con cerca de 80 años es delirante, pero hacerlo en la forma en que lo hace… es casi imposible. Brutal su poder hiponótico, ese regalo con cada cambio de personaje, desde Lucrecia a su marido pasando por su violador. Todo guiado por la mano de Miguel del Arco, en un medidísima puesta en escena que imprime perfecto ritmo a su montaje. La sencillez y poder evocador de la escenografía y vestuario de Ikerne Jiménez, la exacta ambientación sonora de Sandra Vicente y la continuamente mutable iluminación (de diez) diseñada por Juanjo Llorens arropan con una atmósfera sutil y exquisita los pasos de la Espert.
Una oportunidad única (casi histórica) para ver a esta gran actriz en su apogeo: magnífica, delicada y dueña de todas y cada una de las palabras que salen de su boca y movimientos que la siguen. La violación de Lucrecia es una auténtica delicatessen teatral. «Presenciar tristes espectáculos conmueve más que oír su narración, porque entonces los ojos interpretan a los oidos la dolorosa representación que están contemplando. Cuando cada uno de los sentidos percibe aisladamente una parte de la catástrofe, solo es una parte de dolor la que comprendemos», reza un fragmento de esta misma pieza. Pero en este caso hay que llevar la contraria al bardo, ya que la Espert y Del Arco han obrado el milagro y conseguido conmover con su narración sin tener que recurrir a fuegos artificiales. Arte puro.
M.G.