EL HIJO DE LA NOVIA, en el Teatro Bellas Artes


Estanque Teatros

(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de El hijo de la novia, la adaptaciónd e la película de Campanella, en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

EL HIJO DE LA NOVIA. Hijastro.
Crítica por Miguel Gabaldón

Todo el mundo recuerda la película El hijo de la novia, el blockbuster argentino, tierno y divertido que narraba la historia de un hombre algo amargado (interpretado por Ricardo Darín) dueño de un restaurante y de la decisión de su padre (Héctor Alterio) de casarse por la Iglesia con su madre, enferma de alzhéimer (Norma Aleandro). Pues bien, se acaba de estrenar, en el Teatro Bellas Artes de Madrid el remake escénico de la película de Juan José Campanella. Se han reducido, evidentemente, personajes. Y los espacios también, dejando como único escenario el restaurante del protagonista. Aunque hay algunos cambios más. Ahora su novia (interpretada en la película por Natalia Verbeke), trabaja de camarera en el restaurante de Rafael porque no encuentra curro. Y la verdad es que el ambiente del corralito en el que se ubicaba aquella historia argentina se traslada sin problemas a una España en crisis con más que ver con esa Argentina que nunca. Una historia para olvidar las penas y creer en la fuerza del amor y esas cosas.

Pero el caso es que la adaptación de la directora Garbi Losada (responsable de otras versiones escénicas como la de El nombre de la Rosa) no llega a aprovechar todo el potencial de la historia original. Lo primero, por una clásica puesta en escena bastante plana que no llega a enganchar. Con algunos fallos que hacen que uno no se meta en la historia. El escenario, de intención absolutamente naturalista, aparte de ser un poco soso, permanece inalterable desde el principio hasta cinco minutos antes del final de la función. Algo que no tendría por qué molestar, pero es que tampoco se identifica demasiado bien qué estancia es esta exactamente. ¿Qué es eso? ¿Una habitación donde vive el protagonista anexa al restaurante? ¿Pero por qué tiene dos mesas con manteles? ¿O por qué no hay clientes allí si forma parte del restaurante? ¿Y por qué pasan por allí para llevar los platos? ¿Es una salita sin oficio ni beneficio? Preguntas absurdas, pero si uno se las plantea durante un rato, es que hay algo que no funciona. Por ejemplo ese ritmo frenético de ritmo de trabajo hostelero que se pretende transmitir en muchas de las escenas no se llega a percibir ni de lejos (por mucho que corran la pobre novia y el chef).

Y es que interpretaciones tampoco llegan a sacar todo el jugo de los bombones de personajes que tienen. En general faltan colores y un juego de registros mucho más rico para llegar conmover y dotar de profundidad a los caracteres. En el caso del protagonista, el Rafael de Juanjo Artero no llega a evolucionar ni mostrar nada más aparte de quedarse en un tipo simpático durante toda la función, desapareciendo así una profundidad que sí tiene su personaje. Aparte de que la falta de muestras de cariño de la pareja que hace con la Nati de Sara Cozar provoca que no sea creíble esa relación. Por su parte, el Juan Carlos de Mikel Laskurain es algo excesivo, pero la verdad es que acaba funcionando. Lo mejor de la función son los veteranos, desde luego. El enamorado Nino Belvedere de Álvaro de Luna (que se luce en la escena de las llamadas) y la Norma de Tina Sáinz, que consigue plantar cara a la de la inmensa Norma Aleandro del original. A ver, la función no es un desastre en absoluto, entretiene y sigue siendo tierna, porque la historia es la que es y toca la fibra sensible. Pero no llega a aprovechar todo su potencial y es una pena teniendo en cuenta el material original. Es lo bueno y lo también lo malo (que las comparaciones son odiosas) de partir de un referente conocido. Así que «aquí se acaba la ceremonia». Sin apenas lágrimas de emoción. Y eso, en una boda, es casi inadmisible.

M.G.

Deja un comentario