BATAVIA, HISTORIA DE UN NAUFRAGIO, en el Teatro Lara

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CRÍTICA DE BATAVIA, HISTORIA DE UN NAUFRAGIO

Danzas a contracorriente. La posibilidad de decir «No». Muerte, violencia y opresión. Esto es lo que nos ofrece Batavia, Historia de un naufragio, de la compañía RQR Teatro que se puede ver en el Teatro Lara de Madrid. La obra narra cómo un solo hombre, el omnipresente Jeronimus Cornelisz, se hizo con el control de una pequeña sociedad naufragada y acabó masacrando (siempre a través de otros) a más de 150 personas. Una historia real, que inspiró la novela El señor de las moscas de William Golding, y que ahora sirve de punto de partida para una obra sobre el desprecio al pueblo, la destrucción, el caos, la avaricia, la lujuria, y el germen de la maldad capaz de conducir al ser humano hasta su propia extinción, su propio naufragio, como afirman sus creadores.

Almudena Ocaña y David Barrocal firman la dramaturgia, que dirige éste último. Una arriesgada puesta en escena, tanto por la decisión de no dar un momento de respiro al espectador como por la propuesta, consistente en narrar los hechos en escenas independientes en orden inverso (cronológicamente hablando). Una especie de Irreversible teatral trufado de micropiezas de danza que ejercen de transiciones al son de una muy potente banda sonora compuesta por Jordi Ballarín. Los elementos de la puesta en escena son minimalistas, con apenas unos objetos de atrezzo. Basándose en un ciclorama (de ésos a los que Bob Wilson es tan adicto) que deja a los personajes a contraluz, como siluetas despojadas de individualidad, potenciando el aspecto estético del montaje.

El texto es duro y sin concesiones al humor o el descanso. Cierto es que puede haber algunos a los que el exceso dramático pueda insensibilizar. Pero también hay momentos de indudable fuerza y aliento trágico. Y en cuanto a las interpretaciones, un entregado elenco se vuelca en escena. Destacando al potente Samad Madkouri. Y otros momentos que enganchan, como el alucinado monólogo de Judick, la mujer del cura interpretada por Nuria Landete. O el intenso monólogo de Lucrecia, defendido por Ruth Carreras a la luz de una simple llama, que pone los pelos de punta. Una actriz que cada vez que aparece en la función resulta fascinante, inundando la escena con una presencia, verdad y capacidad dramática a tener muy en cuenta.

Batavia es un intenso naufragio que no dejará indiferente a nadie. Las olas han llegado a la sala principal del teatro Lara. Ya sabéis: los miércoles a las 22h.

M.G.

FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA

Elenco: Samad Madkouri, Ruth Carreras, Iñaki Díez, Nuria Landete, Juan Carlos Reina y Rodrigo Ramírez.
Dirección: David Barrocal
Dramaturgia: David Barrocal y Almudena Ocaña
Iluminación: Ariel D. Zeitunlian
Música: Jordi Ballarín
Escenografía: David Barrocal y Román Barrocal
Vestuario y documentación: Alba Toajas
Figurines: Alexis Valda
Costurera: Yaneth Soler
Coreografías: Raquel Carrillo
Maquillaje: Lilian Barba
Producción: Nuria Landete

NOVECENTO, con Miguel Rellán

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(Esta crítica fue sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Novecento, dirigida por Raúl Fuertes, en el Teatro Español de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo. Ahora se puede seguir disfrutando de este monólogo con un gran Miguel Rellán en la Sala Tú)

NOVECENTO. Inmenso Rellán.
Crítica por Miguel Gabaldón

«No estás realmente jodido mientras tengas una buena historia y alguien a quien contársela», decía Novecento, el personaje alrededor del cual gira el monólogo de Alessandro Baricco interpretado por el gran Miguel Rellán en la sala pequeña del Español. A algunos les parecerá una buena historia y a otros no tanto, pero una cosa está clara: que Rellán no está (ni estará nunca) jodido, más bien todo lo contrario.

Raúl Fuertes dirige de forma invisible a más no poder el monólogo teatral del autor de la celebrada Seda. Y no se puede imaginar mejor actor que Miguel Rellán para poner voz y piel al trompetista que cuenta la historia de su mejor amigo, Danny Boodmann T.D. Lemon Novecento, el mejor pianista que había en el océano. El relato es una fábula que se podría tachar de simple (aunque el mensaje es bastante menos obvio y cargante que las moralejas de, por ejemplo, un Paulo Coelho cualquiera) pero que en manos de Rellán se convierte en una pequeña joyita llena de ternura con la que resulta francamente difícil no echar más de un suspiro (e incluso alguna lagrimica los más sensibles). El actor se enfrenta a este reto a cuerpo descubierto, sin ningún tipo de escenografía, envoltorio sonoro o intento estético para vestir sus palabras. Sólo un traje mal planchado y una corbata torcida. El intérprete y sus palabras (y parcos movimientos) nos trasladan a un mundo de músicas inimaginables entre las olas como sólo el mejor de los Cuentacuentos podría hacerlo. Rellán pone de relieve su bagaje actoral y llena de verdad todas y cada una de sus frases. Cuánta humanidad transmite este hombre y con qué sencillez lo hace todo. Maravilla.

Novecento es una historia sencilla acerca de la amistad y el pavor a enfrentarse a la vida real y las simples elecciones del día a día. La presencia del director, además de en la dirección de Rellán, sólo se advierte en el diseño de iluminación (algo que a algunos les parecerá pobre, pero que a mí particularmente me parece casi arriesgado). Una luz general que casi imperceptiblemente va disminuyendo hasta quedar en penumbra, como el protagonista y su amigo Novecento en esa sala de máquinas del crucero, ese útero gigante del cual el pianista no quiere salir. Las luces se apagan y sólo queda la tremenda humanidad de Rellán inundando la sala como las olas de ese omnipresente océano. Sin duda algo fantástico lo que ha conseguido: una oda a la palabra pura que consigue llenar de sensaciones e imágenes nuestra mente. Y después, uno tiene que salir de nuevo a la vida real y a tomar sus propias decisiones sin la cálida voz de este gran narrador para guiarle. «Es dinamita lo que tienes debajo del culo, hermano. Levántate y vete. Se acabó. En serio: esta vez se acabó.»

M.G.

LLUVIA CONSTANTE, de Keith Huff

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(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Lluvia constante, dirigida por David Serrano, en los Teatros del Canal de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

LLUVIA CONSTANTE. Puñetazos escénicos.
Crítica por Miguel Gabaldón.

La lluvia moja. Y mantenerse hora y media bajo ella (aunque sea dentro de un teatro) te cala hasta el alma. Sobre todo con un texto sólido como una roca y dos monstruos en escena. Y es que eso es Lluvia constante, un texto de Keith Huff (muy bien adaptado por David Serrano) que se puede ver en los Teatros del Canal. Lluvia constante tiene olor a película de Scorsese, a teatro clásico, drama de enjundia y a humedad. Serrano ha optado por un montaje minimalista (con un eficaz diseño de iluminación) para contarnos la historia de Rodo y Dani, dos amigos de la infancia y compañeros policías. Dani es un hombre brusco y algo animal pero noblote, que daría su vida por su familia (“Hay algo en la sangre que va más allá de toda lógica”). Rodo es un ex alcohólico (aunque bastante cabal) al que Dani ha acogido bajo su pétrea ala desde que eran niños. En un par de días una serie de acontecimientos les cambiarán para siempre.

Lluvia constante tiene un inconfundible sabor americano (sobre todo porque estamos acostumbrados a esos estereotipos en las películas estadounidenses, además de que los tiroteos gracias a dios aquí no son demasiado normales). Pero sus conflictos, y esa violencia y depresión que se respiran en la narración, lamentablemente podrían nacer en los barrios deprimidos de muchos otros países. El texto consigue mantener la atención en todo momento, estructurado como si los protagonistas estuvieran narrando al público de la sala de forma directa esta historia acerca de la amistad, la familia, la lealtad y los límites de la moralidad. Y la inconmensurable labor de sus dos intérpretes lo hacen llegar desde la primera hasta la última fila del teatro.

Roberto Álamo
consigue una interpretación de premio con su agotador y pétreo Daniel. Impresionante cómo se mete este gigante en la piel de este su personaje, logrando una simbiosis absoluta con una verdad y humanidad descomunales. Es, sencillamente, acojonante (lo siento, pero no hay otra palabra para expresarlo). Y Sergio Peris-Mencheta no le va a la zaga. Su Rodo es un prodigio de autenticidad y establece una conexión con su compañero brutal. Es un placer poder ver en escena unas interpretaciones tan emocionantes y entregadas como éstas. En definitiva, Lluvia constante, gracias un texto sin fisuras y unas interpretaciones de ésas para el recuerdo, acaba por ser un espectáculo sólido y redondo mucho más que recomendable. Un puñetazo en la boca del estómago, thriller oscuro y húmedo que dispara de forma certera haciendo blanco en pleno corazón.

M.G.

EL HIJO DE LA NOVIA, en el Teatro Bellas Artes

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(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de El hijo de la novia, la adaptaciónd e la película de Campanella, en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

EL HIJO DE LA NOVIA. Hijastro.
Crítica por Miguel Gabaldón

Todo el mundo recuerda la película El hijo de la novia, el blockbuster argentino, tierno y divertido que narraba la historia de un hombre algo amargado (interpretado por Ricardo Darín) dueño de un restaurante y de la decisión de su padre (Héctor Alterio) de casarse por la Iglesia con su madre, enferma de alzhéimer (Norma Aleandro). Pues bien, se acaba de estrenar, en el Teatro Bellas Artes de Madrid el remake escénico de la película de Juan José Campanella. Se han reducido, evidentemente, personajes. Y los espacios también, dejando como único escenario el restaurante del protagonista. Aunque hay algunos cambios más. Ahora su novia (interpretada en la película por Natalia Verbeke), trabaja de camarera en el restaurante de Rafael porque no encuentra curro. Y la verdad es que el ambiente del corralito en el que se ubicaba aquella historia argentina se traslada sin problemas a una España en crisis con más que ver con esa Argentina que nunca. Una historia para olvidar las penas y creer en la fuerza del amor y esas cosas.

Pero el caso es que la adaptación de la directora Garbi Losada (responsable de otras versiones escénicas como la de El nombre de la Rosa) no llega a aprovechar todo el potencial de la historia original. Lo primero, por una clásica puesta en escena bastante plana que no llega a enganchar. Con algunos fallos que hacen que uno no se meta en la historia. El escenario, de intención absolutamente naturalista, aparte de ser un poco soso, permanece inalterable desde el principio hasta cinco minutos antes del final de la función. Algo que no tendría por qué molestar, pero es que tampoco se identifica demasiado bien qué estancia es esta exactamente. ¿Qué es eso? ¿Una habitación donde vive el protagonista anexa al restaurante? ¿Pero por qué tiene dos mesas con manteles? ¿O por qué no hay clientes allí si forma parte del restaurante? ¿Y por qué pasan por allí para llevar los platos? ¿Es una salita sin oficio ni beneficio? Preguntas absurdas, pero si uno se las plantea durante un rato, es que hay algo que no funciona. Por ejemplo ese ritmo frenético de ritmo de trabajo hostelero que se pretende transmitir en muchas de las escenas no se llega a percibir ni de lejos (por mucho que corran la pobre novia y el chef).

Y es que interpretaciones tampoco llegan a sacar todo el jugo de los bombones de personajes que tienen. En general faltan colores y un juego de registros mucho más rico para llegar conmover y dotar de profundidad a los caracteres. En el caso del protagonista, el Rafael de Juanjo Artero no llega a evolucionar ni mostrar nada más aparte de quedarse en un tipo simpático durante toda la función, desapareciendo así una profundidad que sí tiene su personaje. Aparte de que la falta de muestras de cariño de la pareja que hace con la Nati de Sara Cozar provoca que no sea creíble esa relación. Por su parte, el Juan Carlos de Mikel Laskurain es algo excesivo, pero la verdad es que acaba funcionando. Lo mejor de la función son los veteranos, desde luego. El enamorado Nino Belvedere de Álvaro de Luna (que se luce en la escena de las llamadas) y la Norma de Tina Sáinz, que consigue plantar cara a la de la inmensa Norma Aleandro del original. A ver, la función no es un desastre en absoluto, entretiene y sigue siendo tierna, porque la historia es la que es y toca la fibra sensible. Pero no llega a aprovechar todo su potencial y es una pena teniendo en cuenta el material original. Es lo bueno y lo también lo malo (que las comparaciones son odiosas) de partir de un referente conocido. Así que «aquí se acaba la ceremonia». Sin apenas lágrimas de emoción. Y eso, en una boda, es casi inadmisible.

M.G.

LA PLAZA DEL DIAMANTE, con Lolita Flores

pzadiamante_fotosergioparra_03(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de La plaza del Diamante, dirigida por Joan Ollé, en el Teatro Español de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

LA PLAZA DEL DIAMANTE. Lolita y La Colometa.
Crítica por Miguel Gabaldón

Luces de verbena caen del cielo a un suelo de madera entre cuyos tablones crecen las hierbas. Un banco carcomido por el tiempo. Y Lolita sentada en él durante una hora y cuarto. Una hora y cuarto en la que se mete en la piel de la Colometa de Mercè Rodoreda. La Colometa protagonista de La plaza del Diamante, tal vez la novela más importante de las letras catalanas, que ahora se presenta en versión monólogo teatral en la Sala Pequeña del Español dirigida por Joan Ollé. Una apuesta, a tenor tanto de las opiniones de la crítica como de la afluencia de público, absolutamente ganadora. La prensa se ha rendido a los pies de una Lolita en estado de gracia y el público abarrota la sala.

Dicho esto, el espectáculo dirigido por Joan Ollé no me ha llegado. Puede ser el día (mío o de Lolita), la adaptación, la puesta en escena o todo junto. Pero el caso es que no me llegué a sumergir en la historia de esta mujer que va a donde le lleven las olas en esa Barcelona de la posguerra. Y no es que le tenga especial alergia a este tipo de historias (desde luego los que piensen “ya estamos otra vez con la Guerra Civil” que huyan como de la peste de la plaza de Santa Ana). Pero la emoción descrita en la mayoría de las crónicas que se ha publicado (he investigado para contrastar) no llegó. Y tengo que decir que tampoco vi ninguna lágrima en los ojillos de los espectadores (de edad provecta la mayoría, con lo cual público objetivo) a la salida de la función a la que yo acudí. Y eso que yo soy llorón e iba predispuesto. Eso sí, no se puede negar que Lolita desprende una humanidad enorme, tremenda, y su sonrisa y recatado gesto te ganan sin remedio, levantando de forma magnífica un personaje que no tiene nada que ver con ella. Pero su historia no me llegó como me esperaba. Personalmente, la propuesta escénica de Ollé (dejando aparte el precioso y sencillo decorado y la delicada iluminación apoyada por esas bombillas de colores) me resulta tal vez en exceso estática. Abusando de la música (por otro lado hermosa y ensoñadora, una cosa no quita la otra) de una forma reiterativa y algo aleatoria.

Es una función difícil, cada día es un mundo, así que no dudo que en otras funciones la Colometa llegue hasta el cielo y más allá. Desde luego Lolita ha demostrado que es una actriz como la copa de un pino y se avista que ha conseguido dotar a su personaje de un alma que no le cabe en el pecho. Incluso a pesar de una complicadísima propuesta para un intérprete, como es el hecho de que no se mueva ni un ápice (a excepción de cinco segundos en los que se levanta, respirando uno entonces aliviado porque la pobre mujer puede estirar las piernas). Pero, y vuelvo a repetir que seguramente es una excepción, en esta función el vuelo de la Colometa quedó más rasante de lo que me esperaba.

M.G.

QUE VAYA BONITO, de Jorge-Yamam Serrano

cartel6-770x1077QUE VAYA BONITO. Fiesta teatral.
Crítica por Miguel Gabaldón.

Ojalá que te vaya bonito, ojalá que se acaben tus penas… No hay butacas. No hay sillas. Pero hay globos. Y sangría. No hay un escenario al uso. Hay una sala de fiestas. Que puede ser una azotea (como en su estreno en Barcelona) o la sala Off del Teatro Lara, como en este caso. Y es que en este espacio se mezclan los actores y los espectadores de Que vaya bonito, un espectáculo de Teatro de Cerca escrito y dirigido por Jorge-Yamam Serrano y finalista a los Premios Max que consigue introducir al espectador en la fiesta de despedida del protagonista, interpretado por el propio Jorge-Yamam Serrano, que parte para México con su novia en busca de una vida mejor. Pero aquí deja otra vida y, sobre todo, deja sus hermanos, personajes en manos de los actores Jorge Cabrera y Carmen Flores.

Que vaya bonito es un montaje cuyo mayor mérito es la cercanía, tanto física como emocional, de las peripecias de sus protagonistas. La narración oscila entre el drama familiar y la comedia centrándose en los conflictos de estos tres hermanos. El texto juega hábilmente con la naturalidad de la situación. Y los actores hacen creíbles, cercanos también y emocionantes sus pequeñas grandes historias. La trama no es nada complicado ni nuevo, pero la forma de ponerla en pie (y nunca mejor dicho porque todos, espectadores y actores, están en pie durante la obra entera, con lo cual si uno etá cansado tendrá que sentarse en algún rinconcillo del suelo, como es de rigor en cualquier fiesta) es original y se anota un tanto para hacer sentir esta fiesta como una celebración en verdad. Con bebida, ganchitos, música y trapos sucios familiares incluidos. Posee además un muy acertado equilibrio entre la emoción (porque los problemas de estos personajes tocan muy de cerca) y la risa (el momento en el que salen al exterior de la sala es genial). La puesta en escena aprovecha al máximo el espacio de la sala y los actores disfrutan mezclándose e interactuando con el público, que se entrega sin problema a este juego escénico tan fresco.

En definitiva, Que vaya bonito es un espectáculo original en su puesta en escena y sencillo en cuanto a su historia, dinámico y recomendable para pasar una noche agradable. Una fiesta que, entre trago y trago de sangría, deja buen sabor de boca. Así que, parafraseando a Chavela Vargas: Ojalá que les vaya muy bonito…

M.G.

 

Ficha artística

Dirección y dramaturgia: Jorge-Yamam Serrano
Ay. dirección: Nico Aguerre, Cristina Gámiz
Constelaciones creativas: Quique Culebras
Intérpretes: Jorge Cabrera, Carmen Flores, Jorge-Yamam Serrano
Música: Jorge Cabrera

Colaboradores FiraTàrrega: Astrid Corral, Laura Barba, Paco Romero
Covers: Laura Alejandro, Pedro Herreros, Adriá Olay, Eduardo Telletxea.

Producción: TeatrodeCERCA – FIRATÀRREGA

SMILEY, de Guillem Clua

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(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Smiley, de Guillem Clua, en el Teatro Lara de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

SMILEY. La comedia romántica del año.
Crítica por Miguel Gabaldón.

Aclaración para los heterosexuales del público número 1: ésta es una obra gay pero no sólo para gays. Aclaración para los heterosexuales del público número 2: si eres gay (te) reconocerás sin duda los ambientes y personajes que aquí aparecen, pero si eres hetero, también. Aclaración para los heterosexuales del público número 3: te vas a reír, te gusten los hombres, las mujeres o los perros pequineses.

Después de un exitoso periplo catalán, Smiley, una de las obras revelación de la temporada pasada ha llegado por fin al Off del madrileño Teatro Lara. Guillem Clua, un muy interesante dramaturgo (como muestra un botón, su obra la La piel en llamas) se ha pasado también a la dirección con un texto propio: una comedia romántica gay que resulta un must si uno es aficionado a pasar un buen rato en el teatro.

Álex y Bruno, los protagonistas, se conocen a causa de un error (como toda buena comedia romántica en condiciones debe empezar, bien lo sabía Howard Hawks): una llamada telefónica a un número equivocado. Álex es un cachitas que trabaja en un bar de Chueca y Bruno un hipster cinéfilo. En otro contexto ni siquiera habrían entablado conversación, pero este error les da pie para quedar y a partir de ahí toda la función se manejará en los códigos clásicos de los polos opuestos que se atraen. Poniendo de ejemplo a La fiera de mi niña, película a la que hacen referencia en la función, pues serían una especie de Katharine Hepburn y Cary Grant. Pero en versión gayer, claro.

Ramón Pujol interpreta al camarero deportista, carne de los batidos de proteínas, y Aitor Merino al intelectual (y a unos cuantos personajes más, en un despliegue de caracterizaciones absolutamente genial y extenueante). Y ambos se meten a los espectadores en el bolsillo desde el minuto cero, sin sacárselos de él ni un segundo. La conexión que tienen entre ellos y con la audiencia consigue despertar unas carcajadas descomunales y unos momentos de esos bonitos de comedia romántica bien hecha. El texto de Clua ha sido modificado, para pasar del gaixample barcelonés a la Chueca madrileña sin (aparentemente) resentirse demasiado. El único detalle que chirría ligeramente es la omnipresencia de una determinada marca de cerveza que no sé si patrocinará la función o qué (y que conste que, con como están las cosas, bienvenido sea que haya product placement en el teatro, que por lo menos algo dará, pero depende de cómo).

El caso, que Smiley está lleno de lugares comunes (tanto físicos como virtuales) que cualquier marica (cualquiera, si no está metido en un armario con candado y sin wi-fi) reconocerá. Así como unos estereotipos que, para qué nos vamos a engañar, son absolutamente ciertos (e igual que esos estereotipos hay otros muchos que no entran en esas categorías) y se pueden encontrar en cualquier aplicación para ligar. Pero Smiley utiliza todo esto (el Grindr o el «Me estoy entrenado para el Orgullo» incluidos) no para poner en escena una estúpida función cuyo único interés pudiera ser un hipotético tirón gay, sino para crear una comedia romántica de altura pivotando alrededor de un colectivo que se ríe (aunque también llora) con sus propios defectos y estereotipos. Y con dos personajes que quieren, sencillamente, encontrar a alguien.

Ah, una última aclaración para el público (todo el público): id a ver Smiley corriendo, que las entradas van a volar. Y con esta cara saldréis: tan sencillo como dos puntos, un guión y un paréntesis cerrado 🙂

M.G.

La VERÓNICA de Carlos Molinero vuelve por Halloween

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(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Verónica en el Teatro Maravillas de Madrid, que ahora vuelve por Halloween. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

VERÓNICA. Invocar con éxito.
Crítica por Miguel Gabaldón

Seguro que todos habéis oído de la leyenda urbana de Verónica. Ésta es una de esas inquietantes historias para los más asustadizos que indica que, nombrando a la susodicha «x» veces (dependiendo de la versión) delante del espejo, aparecerá. Y no para hacerte la vida muy agradable que digamos. En versión anglosajona es Bloody Mary, igualito que el cóctel (el efecto no es el mismo diciendo güisky-cola, aunque seguro que más de uno lo ha intentado). Pues bien, Carlos Molinero, director por ejemplo de la muy estupenda película Salvajes, ha tomado el nombre y el espíritu (nunca mejor dicho) de la pobre desdichada para nombrar a su primera obra teatral de largo formato, que después de pasar por el Teatro Lara pretende causar escalofríos al respetable en el Teatro Maravillas.

Molinero no utiliza la misma historia de la leyenda urbana, pero algo de su base fantasmagórica sí. Y la verdad es que miedo, lo que se dice miedo, uno no pasa (bueno, algún sustete sí). Pero un rato entretenido, desde luego. Y es que Molinero y el codirector Gabriel Olivares (tan prolífico que ahora mismo no sé ni cuántas obras tiene en cartel) han conseguido trasladar a una sala de teatro el espíritu de una película de terror de serie B tal cual: con su reencuentro de amigas de la adolescencia, sustos, fantasmas, rayos, relámpagos, muertes y secretos oscuros por descubrir. Verónica murió en 1988 lanzándose a la pista de baile con unas tijeras clavadas en el pecho en una fiesta organizada para el viaje de fin de curso (a Veneziaaaaa, Veneziaaaaa…, como la canción de los Hombres G). Años después, sus cuatro mejores amigas (con sentimiento de culpabilidad por lo ocurrido en aquel entonces, y no es para menos) se reencuentran en el mismo colegio. Y es que… (aquí viene la música de miedo con el subwoofer reventando por los graves)… resulta que hay señales de que Verónica ha decidido volver de allá donde se encuentre! (muy cómoda no debía de estar). La historia desde luego no es nada nuevo, hasta huele un poco, pero sí lo es verlo en una sala de teatro. Y la verdad es que, desde la sencillez, la perfecta utilización de los códigos inherentes a este tipo de relatos, un inteligente uso del espacio total de la sala y, sobre todo, un espléndido trabajo de las actrices, consiguen una velada mucho más que agradable para todos los públicos.

Y es que Verónica, más que explotar la vertiente estremecedora (y sabiendo lo complicado que es conseguir esto en una sala de teatro) opta por agarrar a la audiencia con la conexión de estas cuatro amigas, sus evidentes diferencias (de manual casi, pero para eso están los arquetipos) y recuerdos compartidos. Cecilia Solaguren (a quien pudimos ver por ejemplo en la espléndida Traición dirigida por María Ache) es la amiga que ha decidido meterse a monja, en el mismo colegio además, por lo cual adopta el papel de responsable. Silvia de Pe es la heavy que todavía sigue vistiendo como en la adolescencia, de actitud macarra pero con su corazoncete. Lorena Berdún (todos la recordaremos como sexóloga, pero también ha formado parte del Incrementum de Peris-Mencheta, por ejemplo) es la sufridora artífice del reencuentro. Y Ana Villa es la pija bromista, elegante y adicta a la leche de pantera en botella de plástico (que le recuerda a sus tiempos mozos, como a tantos otros). No se ha descubierto Roma con los personajes, como decíamos, pero el trabajo de todas y cada una de ellas destila naturalidad y acaban resultando como de la familia. Aparte de que, muy inteligentemente, el texto juega con unos puntos cómicos tremendamente reconocibles que preparan el terreno y funcionan como contrapunto a la historia dramático-terrorífica.

Uno, a priori, no iría a una función de estas caractéristicas movido por las interpretaciones, pero la verdad es que acaba resultando una muy grata sorpresa. Incluso cuando no son el punto de atención de la escena resulta una gozada atender a los pequeños detalles que ofrecen. Vamos, un espectáculo que podríamos denominar ligero, pero mucho más que aconsejable para pasar una entretenida tarde-noche. Invocad a la Verónica de Carlos Molinero. Yo todavía no me he arrepentido de hacerlo.

M.G.

LAS DOS BANDOLERAS, dirigida por Carme Portaceli

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(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Las dos bandoleras, dirigida por Carme Portaceli, en el Teatro Pavón de Madrid, que hora está de gira por España. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

LAS DOS BANDOLERAS, dirigida por Carme Portaceli.
Crítica por Miguel Gabaldón

Dos mujeres se ven ultrajadas por sendos hombres que, aprovechando la falta del padre de aquéllas, les prometen matrimonio para robarles el honor después. Estas dos hermanas, Inés y Teresa, se transformarán entonces en vengadoras del género femenino en general, cargándose a todo aquel macho ibérico que se encuentren por los caminos de la sierra donde se esconden. Ellas son Las dos bandoleras, nueva obra de Lope de Vega que pone en pie el CNTC en el Teatro Pavón.

Carme Portaceli dirige el texto adaptado por Marc Rosich y ella misma, y que no sólo se basa en Las dos bandoleras, sino que introduce otra de las piezas bandoleras del Fénix de los ingenios, La serrana de la Vera. El efecto es algo extraño, porque no se llega a entender muy bien si este personaje, la Leonarda serrana, es un fantasma recordando sus andanzas (protegiendo también el honor femenino), si estamos asistiendo a un juego temporal o qué demonios. Sin embargo la propuesta, aunque no afinada del todo (el cambio de tono tal vez es lo que descoloca), resulta curiosa.

Portaceli utiliza tres montículos dorados (geométricos, como formados por pirita, un poco retrofuturísticos al rollo Barbarella) y un fondo también rocoso y geométrico para situarnos en esa sierra por donde deambulan las bandoleras. Algunos elementos de la puesta en escena despistan ligeramente: música y vestuario tampoco llegan a encontrar un tono uniforme, ya que el vestuario oscila entre el traje de época y el uniforme militar de s. XX, y uno no llega a centrarse. Sin embargo las actuaciones en general demuestran buen tono, en especial un Helio Pedregal sólido y potente como el padre de las hermanas, interpretadas por las televisivas Macarena Gómez y Carmen Ruiz, que se defienden bastante bien en las lides del verso (muy en particular Carmen Ruiz). Y con las armas, porque hay una (larga) escena de lucha bastante conseguida. En definitiva, que Las dos bandoleras es un espectáculo que, aunque se deja ver más que aceptablemente, tampoco robará la emoción a nadie. “Y en este punto se acaba, por hoy, las dos bandoleras.”

M.G.

PETIT PIERRE, con Adriana Ozores. Una joya mecánica

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(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Petit Pierre, dirigido por Carles Alfaro, en el Teatro de la Abadía de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

PETIT PIERRE. crítica de Miguel Gabaldón

El mundo como un carrusel mecánico que gira y gira, con sus pequeñas mezquindades, bellezas, guerras. Así lo entendía Pierre Avezard. Nacido en 1909, “un año pequeño” en el que él nace pequeño también: deforme, medio ciego, sordo y mudo. El mundo le rechaza y tiene que dejar de estudiar a los siete años para adoptar el oficio de los inocentes: pastor de vacas. Pero Petit Pierre, sin estudios ni saber leer o escribir, fascinado por el movimiento del universo, crea pequeños milagros mecánicos, tomando de partida los ejemplos que tiene a su alrededor. Y transformado la fealdad en belleza. Los aviones que sobrevolaban su pueblo francés en la II Guerra Mundial, para él son pequeños aeroplanos que lanzan remolachas para alimentar a las vacas.

Poco a poco, Petit Pierre fue erigiendo un universo paralelo impelido por su soledad hasta crear uno de las más pequeños y bellas metáforas del s. XX: un carrusel mecánico movido por un único motor, confeccionado con chapas, maderas y otros materiales no nobles y en el que se podía observar un pequeño y fascinante mundo en miniatura. Un ejemplo de ese llamado Outsider Art o Art Brut, con en el que Pierre, de forma completamente autodidacta y con materiales de desecho, reflejó de forma asombrosa un microcosmos particular en el que se mezclaban cientos de figuras: animales, tanques, flores de metal que jamás se marchitarían… Además de reflejar su soledad de forma absolutamente bella y naïf, al retratarse a él mismo bailando con una vaca sobre una redonda placa de metal mientras todos los demás disfrutan de parejas más convencionales.

La autora canadiense Suzanne Lebeau quedó maravillada por este personaje y decidió escribir una obra para niños y adultos sobre esta bella metáfora. Y ahora, Bambalina Producciones la hace aterrizar en el Teatro de la Abadía. Y no es de extrañar que una compañía de títeres se enamore de esta preciosa y pequeña historia. Carles Alfaro dirige el montaje, poniendo en marcha (después de Éramos tres hermanas) otro mecanismo de relojería movido por la sensibilidad y la poesía. Sólo dos intérpretes en escena, rodeados de un rústico invento circular y giratorio que nos sumerge en la mente de su protagonista. Jaume Policarpo es el encargado de poner  piel a Petit Pierre, con ternura y delicadeza. Con sus movimientos y gestos, Policarpo consigue una creación enternecedora y repleta de cariño. Y sus manos manejan los artefactos y pequeños títeres de la escena elegantemente, dotándoles de vida propia. Pero Policarpo no está solo en su viaje. Le acompaña una narradora de excepción, maestra de ceremonias de este cuento-carrusel y de la vida de Petit Pierre, encarnada de forma magistral por una impresionante Adriana Ozores. Y es que ella lleva el peso de la narración del espectáculo y nos arrastra en una montaña rusa de emociones haciéndonos girar y girar con su voz y su pasión. El engranaje entre los dos es sencillamente perfecto y conmueve en no pocas ocasiones.

Petit Pierre es una pequeña joya hecha de hecha de latón y madera. Y es que un mecanismo perfectamente engrasado también es la puesta en escena, con esa escenografía que envuelve a los personajes llena de movimiento, con sus pequeños muñecos y sencillas construcciones hechas de latón. Apoyada por una delicada iluminación llena de claroscuros y una casi omnipresente música que en ningún momento llega a cansar, sino que nos traslada sonoramente a este carrusel. Un canto a la vida, lleno de detalles infantiles pero también amargos que muestra los claroscuros del ser humano. De cómo hay seres tan especiales que a pesar de ser condenados al ostracismo le pueden hacer a ese mismo cruel mundo un regalo tan singular como para hacerles sentir niños de nuevo, devolviéndoles la inocencia y la capacidad de maravilla. Petit Pierre es una obra redonda como un tiovivo, llena de detalles, sutil y fascinante. Hermosísima y emocionante, pequeña gran metáfora del s. XX y de un mundo que “gira y gira, frágil, sin parar”.

M.G.