ATLAS DE GEOGRAFÍA HUMANA, de Almudena Grandes, en el María Guerrero

 

Para leer la crítica sobre el espectáculo Atlas de Geografía Humana que se representa en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero de Madrid, remito a mi reseña publicada en la web de cultura NOTODO.COM, que se puede encontrar pinchando aquí.

 

LEVIATHAN de Living Structures. Apocalipsis participativo

 

Reseña publicada originalmente en la web de cultura NOTODO.COM, que se puede encontrar pinchando aquí.

Una singular versión de Moby Dick, Leviathan de Living Structures, se estrena en el Matadero

Llamadme Ishmael. Así empieza Moby Dick. Aunque en este espectáculo que se basa en el clásico de Melville y ha tenido su estreno mundial en el Matadero sería más correcto cambiarlo por Llamadnos Ishmael. Ya de por sí es curioso el preámbulo. Porque la cosa comienza antes de entrar en la sala, con un ambiente de divertido caos previo en el que cada espectador tiene que enfundarse en un chubasquero blanco (aviso para navegantes: en su interior se crea en un suave microclima tropical, así que mejor ir fresquitos de base). Después llega la experiencia en sí, sumergirse en la aventura marina Leviathan … join the disaster de la compañía con base inglesa Living Structures.

Leviathan es un espectáculo más cercano a la performance que al teatro convencional, en que se pretende crear un viaje no sólo emocional e intelectual, sino también físico. Durante hora y media, los espectadores se encuentran de pie (aviso para navegantes II: asistir con calzado cómodo), desplazándose por la estructura rodeada de pasarelas que es el escenario junto a los intérpretes y algunos ayudantes de la RESAD y de la escuela de Cristina Rota. El público se transforma a la vez en tripulación del barco del Capitán Ahab (ese personaje obsesionado por dar caza a la ballena blanca imaginada por Melville) y océano en movimiento de blanca espuma. La audiencia también es en parte Ishmael, el único superviviente capaz de contar la historia, y en parte víctima de este Apocalipsis marino. El director Klaus Kruse y su compañía conforman un espacio escénico de telas que cubren al público (bien como velas o bien como agua), pelotas gigantes blancas y negras (ballenas y obsesiones), varas (que son arpones, costillas de cetáceo en respiración o alas de gaviotas según el momento) en el que la inspiración visual viene dada por el constructivismo ruso y el poético capítulo dedicado al color blanco de la novela de Melville. Los círculos y las líneas rectas son la base para esta colaboración entre danza, música, teatro y esculturas humanas que es Leviathan. La música interpretada en directo es vital también, con esencias tomadas de la música coral rusa y la polifonía disonante. La influencia étnica y la electrónica se dan la mano con unas voces y sonidos fantasmales y etéreos, que se asemejan a un espectral canto de ballena. Fragmentos de la novela son musicados por la compositora Verity Standen que aparece en escena unida cual siamesa (o quizá capitán cojo) a la chelista Beth Hipwell, en un obsesivo y bello canto.

El carácter performativo del espectáculo hace que sea difícil establecer una opinión cerrada sobre el experimento, ya que depende de la tripulación de la nave. Cada representación es única y diferenciada por el público que se encuentra allí. Te puedes cruzar con familias o excursiones de instituto que rompan por completo la atmósfera con sus risas (collejas a gogó, en vez de whisky, es lo que se merecen algunos). No es difícil tampoco captar comentarios de los grumetes, entre la oscuridad de este navío, sobre la sospecha de si el espectáculo es una tomadura de pelo o no, con unas caras que son un poema… Pero el caso es que hay que saber a qué se va. Desde luego a una versión de Moby Dick, no. Una inspiración libérrima, en todo caso, para realizar un ejercicio físico y sensorial sobre la obsesión y el Apocalipsis centrado en una figura abstracta nívea. Hay momentos algo flojos, todo hay que decirlo. Por tramos da la sensación de que nos encontramos en un barco a la deriva que no se sabe muy bien a dónde va. Caótico y sin rumbo. Y se echa de menos, ya puestos, más riesgo (relativo). Si el público lleva unos chubasqueros y está en una embarcación en plena tormenta… ¡no te cortes y mójales en condiciones, hombre! Pero si todos los espectáculos teatrales son seres vivos en continua evolución, éste especialmente. Y, como éste ha sido el estreno a nivel mundial, seguramente seguirá modificándose función tras función en base al feedback de sus especiales marineros a partir de ahora. Ya que, aunque sea irregular, hay partes en la que se “vive” esta obsesión y opresión que se pretende de forma fantástica. Y otras de gran potencial. Y cierto es que sólo por el bellísimo y estremecedor final (si podéis verlo desde dos puntos de vista, mejor) hace que la travesía ya merezca la pena. Una experiencia sensorial ese instante que encaja a la pefección (esto sí) con la última línea de la novela: Luego se hundió todo y el enorme sudario del mar siguió fluyendo como había fluido cinco mil años antes…

YO SOY DON QUIJOTE DE LA MANCHA, en el Teatro Español. Don Quijote somos todos (aunque José Sacristán más)

 

Reseña publicada originalmente en la web de cultura NOTODO.COM, que se puede encontrar pinchando aquí.

Yo soy Don Quijote de la Mancha, protagonizada por José Sacristán, en el Español
En un lugar de la Mancha… Sí y no. Sí, porque es el Quijote. Y no, porque no es correcto este encabezamiento, ya que no oímos esta frase esencial de la literatura española en este Yo soy Don Quijote de la Mancha, que después de su estreno en el Festival de Teatro Clásico de Almagro y de haber recorrido otros puntos de la geografía española hace parada y fonda en el Teatro Español de Madrid. Y es que este espectáculo nos acerca al caballero de la triste figura, pero evitando los lugares más comunes y trillados de su aventura (poco molino hay aquí, exceptuando una proyección con unas aspas que se transforman en las de un aerogenerador, lo que dirige a la actualidad de este texto). Además, sólo vemos a tres personajes sobre las tablas: el propio Don Alonso Quijano, Sancho Panza y Sanchica, la hija del escudero. Presenciamos la evolución de su relación y las famosas quijotización y sanchización de los dos protagonistas. Pero no en escenas de acción ni viaje como tal (que se ha decidido sean escasas) sino en los momentos de descanso o vuelta al hogar con Sanchica. En ellos comentan algunas de sus aventuras, cubriéndose de refranes y reflexiones. Esto tiene su punto de diferente, pero también afecta al ritmo de la narración que se hace algo morosilla por momentos.

Dos planos se conjugan en un juego escénico: el de la obra de Miguel de Cervantes y el de los actores que están interpretándola, lo que enriquece el diálogo y permite un interesante ejercicio de teatro dentro del teatro. La dramaturgia de José Ramón Fernández es bastante interesante en este aspecto y engarza además frases que son auténticas perlas. Tanto del texto cervantino (principalmente), como algunas de otros contextos, pero que podrían pertenecer perfectamente a Cervantes (como la genial sentencia Castilla gasta a sus hombres, que para eso los hace).  Una labor de síntesis, orfebrería y reestructuración la de José Ramón Fernández que no ha debido ser nada fácil.

La dirección, del también actor Luis Bermejo, opta por una puesta en escena sencilla: un simple escenario con elementos en madera y continuas proyecciones que ambientan los campos y cielos manchegos. El violonchelista José Luis López acompaña en escena la acción de forma bastante acertada. Y el vestuario, sencillo también y funcional cumple su cometido, igual que el diseño de iluminación. Porque el eje son los actores y el texto cervantino. Fernando Soto realiza una composición entrañable y natural de su Sancho, igual que tierna es la Sanchica de Almudena Ramos. Aunque la estrella es José Sacristán, un actor que pertenece a nuestra historia (Yo era el espejillo en el que se miraba cualquier españolito medio en la transición, como él mismo dice) que retoma el personaje después del archiconocido musical El hombre de la mancha (con guiño incluido a este hit de Broadway, porque hasta canta parte de El sueño imposible y todo). La verdad es que actor y personaje parecen predestinados, y Sacristán realiza una actuación perfecta que le va a este Alonso Quijano como anillo al dedo.

Un clásico es un clásico porque es eterno, y esta puesta en escena lo demuestra. Porque, aunque no sea arrebatadora ni esté repleta de acción (es más, a alguno se le puede hacer algo cuesta arriba, porque animada, lo que es animada, pues no es), se puede sentir el latido de la calle. Es la historia de un hombre bueno que hace lo que puede. Una historia, ante todo, sobre la bondad (y una oda manchega también, faltaría más). Y es que, en resumen, lo que quiere la obra es que en estos tiempos digamos lo mismo que el personaje de la actriz que interpreta a Sanchica tomando el relevo del caballero andante: Ahora, yo soy Don Quijote.

Yo soy Don Quijote…
+ INFO

 

Nombre del montaje: Yo soy Don Quijote

Disciplina: Teatro clásico

Director: Luis Bermejo

Autor: Miguel de Cervantes

Adaptaci�n: José Ramón Fernández

Reparto: José Sacristán, Fernando Soto, Almudena Ramos, José Luis López

Escenografía: Javier Aoiz
Vestuario: Monica Boromello
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo – Ion Anibal López
Video Escena: Álvaro Luna – Bruno Praena
Música Original: Ramiro Obedman
Producción: Metrópolis Teatro, Festival de Teatro Clásico de Almagro y Teatro Español

D�nde: Teatro Español

Direcci�n: Príncipe, 25. Madrid

Hasta: 09.12

Horario: De martes a sábado, 20h. Domingos 19h

Precio: De 5 a 22€. Martes miércoles y jueves 25% dto.

Venta de entradas: www.telentrada.com

POR LOS OJOS DE RAQUEL MELLER, en la Sala Tribueñe. Un viaje al pasado

Para leer la crítica sobre el espectáculo Por los ojos de Raquel Meller que se representa en la Sala Tribueñe de Madrid, remito a mi reseña publicada en la web de cultura NOTODO.COM, que se puede encontrar pinchando aquí.

CRÍTICA
Dios te guarde Raquel, llena eres de gracia, la emoción es contigo. Divina tú eres entre todas las estrellas, y divino es el fruto de tu arte, el cuplé.

Con un Ave María remozado en honor y gloria de Raquel Meller comienza este espectáculo de la Sala Tribueñe, que varias temporadas lleva ya reviviendo de forma estremecedora la figura de esta cupletista esencial de la cultura popular española. La más reconocida de su tiempo (y olvidada de éste), que celebra 50 años de su muerte. Por los ojos de Raquel Meller es uno de los espectáculos más fascinantes y singulares que se pueden ver en la cartelera de la capital. Un recorrido por la historia artística y vital de un país entero a través de los ojos de una mujer. Un paseo poético por los espectáculos de variedades y los ambientes y músicas de una época, con el fondo de la sempiterna historia de las dos Españas. Sumergirse en este espectáculo es tener un pase para la máquina del tiempo imaginada por H. G Wells. Fecha: cien años atrás. Caras blancas de labios y ojos marcados, melodías de otros tiempos, candilejas, escenarios artesanales, picardía y melancolía en un recorrido sentimental por la primera mitad del siglo XX. Un viaje en el que la magia se infiltra en los oídos y retinas de los espectadores, impregnados de polvos de arroz y cuplé.

Hugo Pérez es el artista renacentista moderno (director, libretista, escenógrafo, figurinista y coreógrafo del espectáculo, ahí es nada) responsable de este pequeño gran titán que sigue luchando contra viento y marea seis años después de su estreno. Y con indudable éxito. Porque consigue transportar durante más de dos horas al público a un tiempo pretérito de encanto indefinible. Con una sutileza y melancolía extremas. Y también con una inocente picardía y gracia absolutamente deliciosas. Un juego de imágenes de gran riqueza conjugado con piezas fundamentales de la música popular española (como La violetera, La flor de té o El relicario) que fascinan y emocionan a partes iguales. Hay infinitos elementos de maravilla, como por ejemplo el vestuario: un derroche de imaginación. Espectacular e inacabable desfile barroco de modelos con un fascinante complejo de horror vacui. El escenario, de aparente sencillez pero indudable elaboración, es un juego de telones pintados a mano que recuerdan los carteles de Tolouse Lautrec o los cuadros de componentes del Die Brücke tipo Kirchner. Imágenes expresionistas para un expresivo espectáculo que utiliza también un maravilloso juego de luces directas y claroscuros para crear un hálito misterioso y una atmósfera sin duda especial, en la que se resalta la palidez de unos intérpretes que parecen rescatados del pasado.

Un completo elenco que canta, baila, hace reír, emociona… Como magnífico elemento cómico hay que destacar a Rocío Osuna (que, entre otras, interpreta a la hermana de la Meller). Como emotivo, a Irina Kouberskaya (podría resultar extraño que una Raquel Meller madura tuviera acento ruso, pero la verdad es que se pasa por alto sin problema). Y por supuesto hay que ensalzar a la protagonista, una inmensa Maribel Per que encarna a la Meller. A su arte, su actitud (tanto la candidez de sus inicios como la prepotencia en su éxito), de forma extraordinaria. Pero todos, los siete actores (que parecen cincuenta en escena) son dignos de aleluyas y aplausos. Sus voces (porque todos cantan en directo acompañados por el piano de Mikhail Studyonov) y caracterizaciones obran el milagro de este misterioso y mágico viaje en el tiempo. Hugo Pérez y su troupe han brindado el mejor homenaje que se puede hacer a una figura, a todo un género y una época. Conseguiendo no resucitar, sino respirarla ahora, como dice Pérez. Porque esto es lo más cerca que se puede estar de un salón de variedades de principios de siglo sin poseer una máquina del tiempo. Adorable Raquel, madre del arte, canta para nosotros, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Vídeo:

Por los ojos de Raquel Meller por salatribuene

IL PRIGIONERO/SUOR ANGELICA, en el Teatro Real. Prisión y emoción

Foto: Javier del real

CRÍTICA

Una torre metálica, una máquina de tortura. Construcción en forma de jaula, con escaleras adosadas que no llevan al vacío, es el escenario común de este programa doble que nos ofrece el Teatro Real: Il prisionero y Suor Angelica. Il prigionero, la ópera de Luigi Dallapicolla es la historia de un prisionero de la inquisición al que se le somete a la peor tortura de todas: la esperanza. Suor Angelica, la obra de Giacomo Puccini, nos presenta a otra prisionera: una mujer que lleva siete años en un convento para expiar su culpa por haber tenido un hijo sin estar casada. Ella también sobrevive por la esperanza, la de poder reencontrarse algún día con su hijo. Algo que jamás sucederá. Las dos, diferenciadas a nivel melódico (una dodecafónica, otra clásica, aunque a oídos expertos se puedan encontrar lazos), tienen un evidente nexo temático de denuncia, dolor y desesperación. La impactante puesta en escena de Lluis Pasqual y escenografía de Paco Azorín acentúa además más aún esta relación, situando a ambas en esta especie de jaula rotatoria gigantesca, absolutamente pesadillesca.

Il prigionero comienza con el lamento de la madre buscando a su hijo, caminando sobre una cinta. En una atmósfera onírica, oscura y nebulosa, con unas luces azuladas de fondo, como inquietantes ojos luminosos en la penumbra. Después avistamos una escalera (del estilo de las contrucciones de Escher, esas escaleras eternas que suben y suben pero no llegan a ningún sitio). Y por fin ante nosotros se revela el horror. Su hijo pende de una cuerda boca abajo en medio de esta jaula de barrotes dobles (como en las celdas de clausura), mientras le golpean. Un comienzo impactante y espectacular (aunque sencillo, menos es más) para la historia de este prisionero. Hay que decir que después el interés decae algo, en parte porque la historia es tal vez menos emocional que la segunda. Aún así, es muy correcta a todos los niveles, y Deborah Polaski como la madre y Georg Nigl como el prisionero (en la función a la que asistí) cumplen correctamente con su labor.

Pero a pesar de que la primera ópera sea muy interesante, la joya de este programa doble es la Suor Angelika de Puccini. Una maravilla de sensibilidad musical que además hay que reconocer que ha sido inteligente programar junto a la anterior,  porque gracias a la complementación con Dallapicolla cobra más interés y complejidad. La puesta en escena sigue siendo espectacular (a pesar de que no haya cambios de escenario ni apenas atrezzo) con esta jaula rotatoria enorme, imagen también de los tornos de los monasterios. El suelo, en esta ocasión blanco, cubre parte de un anillo giratorio exterior de una manto de flores secas que las monjas van colocando. Siendo este apenas el único cambio con respecto a la anterior.

Se aplaudió muchísimo al director de orquesta Ingo Metzmacher, y con razón, ya que sonó todo espléndidamente. Y es que las clásicas melodías de Puccini eran el contrapunto ideal para una ópera algo más abstracta como la de Dallapicolla. El coro tenía también su relativa presencia en ambos (en ambos también desde las alturas del Real, más efectivo y emocionante en la Suor Angelica). Y en las dos hacía acto de presencia la Polaski, en el caso de la ópera de Puccini como la princesa, una arpía tía de la monja en reclusión, que la va a visitar después de siete años. Pero sólo para aumentar su dolor. Gran papel el de la Polaski. Y compacto elenco, sin duda. Pero, y este es el punto a destacar, absolutamente maravillosa la Suor Angelica de Julianna di Giacomo, tanto a nivel vocal como interpretativo. Capaz de poner los pelos de punta y emocionar con su trágico final, de visión divina y muerte iluminado por un fondo de luz de neón cegadora. Una expiación dolorosa pero aparentemente liberadora a través del suicidio, una vez que sabe que será imposible encontrarse con su hijo. La monja, decide reencontrarse con su pequeño muriendo ella también, pero se da cuenta de que ha cometido pecado mortal y por ello no podrá conseguir su fin. Sin embargo, un milagro de la virgen, una visión divina (¿es realmente una visión divina o efecto de las plantas que ha tomado?), hace que se reencuentre con su hijo en un muy emotivo y hermoso cierre. La historia de Puccini desde luego es fuerte ya ahora, pero si nos retrotraemos a su momento, más todavía. Hay que decir también que por lo visto la otra alternante en el papel, Veronika Dhzioeva no ha convencido demasiado. Pero desde luego di Giacomo fue valorada en los aplausos finales de forma entusiasta, como se merecía.

En definitiva, un programa doble al que merece la pena acercarse. Dos protagonistas relacionados, enterrados en vida, encerrados en jaulas con diferente nombre y que, enganchados a lo único que les queda, la esperanza, acabarán trágicamente. O quién sabe, tal vez lo que alcanzan en realidad, como dice entre interrogantes el protagonista de Il prigionero es por fin… ¿la libertad…?

Foto: Javier del Real

FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA

Director musical: Ingo Metzmacher.
Director de escena: Lluís Pasqual.

REPARTO
IL PRIGIONIERO (Luigi Dallapiccola)
La madre: Deborah Polaski.
El prisionero: Vito Priante (días 2, 4, 7, 9, 12 y 15) / Georg Nigl (3, 6, 8, 11, 13).
El carcelero/El gran Inquisidor: Donald Kaasch.
Primer sacerdote:    Gerardo López.
Segundo sacerdote:    David Rubiera.

SUOR ANGELICA (Giacomo Puccini)
Suor Angelica: Veronika Dzhioeva (2, 4, 7, 9, 12, 15) / Julianna Di Giacomo (3, 6, 8, 11, 13).
La tía princesa: Deborah Polaski.
La abadesa: María Luisa Corbacho.
La hermana celadora: Marina Rodríguez-Cusí.
La maestra de las novicias: Itxaro Mentxaka.
Suor Genovieffa: Auxiliadora Toledano.
Suor Osmina:    Maira Rodríguez.
Suor Dolcina:    Rossella Cerioni.
La hermana enfermera: Anna Tobella.
Dos mendicantes: Sandra Ferrández y Maite Maruri.

ORQUESTA: Titular del Teatro Real (Sinfónica de Madrid).
COROS: Titular del Teatro Real (Intermezzo); director: Andrés Máspero. Pequeños Cantores de la JORCAM
Escenógrafo: Paco Azorín.
Figurinista: Isidre Prunés.
Iluminador: Pascal Mérat.
Nueva producción, del Teatro Real y el Gran Teatre del Liceu de Barcelona.
Duración aproximada: Il Prigioniero, 55 minutos; pausa de 30 min; Suor Angelica, 1 hora.

 


TRES HERMANAS, dirigida por Declan Donnellan. Puro Chéjov

 


CRÍTICA

Día vendrá
en el que todos sabrán el por qué de todo esto,
el por qué de todos estos sufrimientos; entonces no
habrá misterios de ninguna clase, pero mientras
tanto, hay que vivir…

Son las palabras de una de las tres hermanas al final de esta obra maestra del teatro ruso. Una historia sobre la búsqueda de la felicidad y cómo se escabulle de las manos. «Tres hermanas» es una de las obras fundamentales de Anton Chéjov, y en este caso viene de la mano del gran Declan Donnellan y su compañía rusa, como parte del ciclo Una mirada al mundo del CDN. Una versión fiel, perfecta y sólida que el mismísimo Chéjov seguramente habría aplaudido a rabiar.

Esta obra transcurre durante un período de varios años en un pueblo provincial, en donde las hermanas Prozorov viven junto a su hermano Andrei. Olga, la mayor, es maestra en una escuela; Masha está casada infelizmente con un maestro de la misma escuela e Irina, la más joven, es pretendida por el barón Nikolai, aunque ella no esté muy convencida. Todas sueñan con volver a su ciudad de la infancia, Moscú. Un lugar anhelado que siempre se mantiene como objetivo en el horizonte. Un sueño que nunca se verá realizado. Vershinin, teniente de la armada, se une al grupo (y Masha cae rendida ante él) al que también pertenece el doctor Chebutykin. 
Andrei se casa a su vez con Natalia Ivanovna, mujer aparentemente inocente que decide vengarse de las cuñadas desposeyéndolas poco a poco de todo lo que tienen. Es una obra maravillosa, sin grandes conflictos o héroes, pero que muestra en todo su esplendor la gran dramaturgia del ruso y su capacidad de análisis de la desesperanza humana.




Y Donnellan deja su compañía estable inglesa Cheek by Jowl para volver a utilizar actores rusos, como ya hizo en aquella increíble versión de “Noche de reyes (Twelfth night)” que trajo hace cuatro años al María Guerrero. Un ejercicio de fidelidad al texto extremo, que provoca por otro lado el que tal vez podría ser el único problema del montaje (para aquellos que no sepan ruso, es decir, la gran inmensa mayoría de los madrileños, vamos): y es que la velocidad de los sobretítulos y la cantidad de texto es tal, que resulta francamente difícil poder disfrutar en condiciones de los movimientos y las actuaciones, y es una pena, ya que esto resta algo de emocionalidad a la propuesta, inevitablemente y sin que se pueda solucionar de ninguna forma. Porque por otro lado es una suerte poder escuchar la musicalidad y sonoridad del idioma original (que se entremezcla con la musicalidad de canciones integradas en el montaje). Que si fuera en inglés, pues hay más facilidad para entender sin estar pendiente de los rotulitos, pero en ruso, pues como que resulta algo arduo (tres horas, además)… Y encima con la importancia que tiene el texto. Que si no, pues podía pasar uno un poco del tema. Pero claro, pues no es plan.

 

El caso, que dejando este punto aparte (completamente ajeno a la puesta en escena en sí), hay que reconocer que es un espectáculo increíblemente sólido, bello, y fiel al espíritu chéjoviano. La puesta en escena, minimalista, es un juego de movimientos y coreografías continuo entre los personajes que hace que no decaiga el ritmo en ningún momento (y mira que es difícil). El decorado, unos paneles verticales con un par de fotos en sepia de fondo para ambientar en la primera parte la fachada de la casa y en la segunda los abedules del campo de la finca. Y algunos elementos, unas sillas, mesas y poco más, que los mismos actores mueven en unas maravillosas transiciones que, al ritmo de la música, se transforman en verdaderas coreografías, sencillas pero bellísimas (y además de los pocos momentos en los que uno puede descansar los ojos de las letras y fijarse en los certeros y eficacísimos movimientos de los actores). Una iluminación perfecta (con velas en muchas de las escenas, que le dan un atmósfera especial también) y ambientación sonoro muy acertada, y un espléndido vestuario de época acompañan las portentosas interpretaciones de un reparto compactísimo en el que todos, absolutamente todos, están en su lugar. La Natalia de Ekaterina Sibiryakova es perfecta en su aparente dulzura y tontería. Como que dan ganas de que pegarla por el envenenamiento que poco a poco va introduciendo de forma ladina en esa familia. El Andrei de Alexei Dadonov es un perfecto pelele que conforme va avanzando la acción en más pelele se convierte todavía. El barón Nikolai de Andrei Kuzichev, a pesar de ser uno de los más actores más objetivamente atractivos de todo el reparto pero hacer de feo, dota a su personaje de una vulnerabilidad e inseguridad fantásticas. Y el resto están todos perfectos en sus roles, con mención especial evidentemente para las desdichadas tres hermanas protagonistas, por supuesto. La Olga de Evgenia Dmitrieva, la hermana mayor, es perfecta en su solidez y empaque, dotándola de una empatía maternal tremenda a la vez para con el resto de los personajes. La hermana pequeña, la Irina de Nelli Uvarova, es una delicia en su inocencia y alegría de la primera parte y su desesperanza de la segunda. Y la Masha de Irina Grineva es irresistible en su energía malgastada en ese ambiente, en su pasión y frustración. Tres ejemplos de sueños rotos y vidas malgastadas que podrían ser vecinas nuestras. Un siglo después.

Pasará el tiempo y nos iremos
para siempre. Se olvidarán de nosotras, olvidarán
nuestros rostros, nuestras voces y cuántas éramos;
pero nuestras penas se transformaran en alegrías para
los que vivan después que nosotras, la felicidad y
la paz reinarán en la tierra; los hombres encontrarán
una palabra amistosa para los que vivimos ahora y
nos bendecirán. Oh, mis queridas hermanas, nuestra
vida aún no ha terminado. ¡Viviremos! ¡Esa música
es tan alegre, tan gozosa! Un poco más, y sabremos
para qué vivimos, para qué sufrimos…¡ Si pudiéramos
saberlo, si pudiéramos saberlo!

 





FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA

Dirección: Declan Donnellan
Escenografía: Nick Ormerod
Iluminación: Judith Greenwood
Música: Sergei Chekrizhov
Ayudante de dirección: Evgeni Pisarev
Entrenamiento de voz: Aida Jorosheva
Entrenamiento de movimiento: Ramune Jodorkaite
Ayudante de vestuario: Nataliya Vedeneeva
Productor general: Valery Shadrin

Reparto
Andrei Sergeevich Prozorov, Alexei Dadonov
Natalia Ivanovna, su esposa, Ekaterina Sibiryakova
Olga, Evgenia Dmitrieva
Masha, Irina Grineva
Irina, Nelli Uvarova
Fedor Ilich Kuligin, maestro y esposo de Masha, Vitali Egorov/Sergey Lanbamin
Alexander Ignatievich Vershinin, coronel Alexander Feklistov
Nikolai Lvovich Tuzenbach, barón y teniente, Andrei Kuzichev
Vasili Vasilievich Soleni, capitán, Andrei Merzlikin/Evgeni Pisarev
Ivan Romanovich Chebutikin, Igor Yasulovich/Mijail Zhigalov
Alexei Petrovich Fedotik, subteniente, Yuri Makeev
Vladimir Karpovich Rode, subteniente, Denis Beresnev
Ferapont, recadero municipal, Igor Yasulovich/Mijail Zhigalov
Anfisa, nodriza anciana, Galina Moracheva

Coproducción: Rusia – Reino Unido – Francia.- Agencia Federal de Cultura y Cinematografía, Departamento de Cultura de Moscú, Festival Internacional Chéjov de Moscú, Les Gémeaux/Sceaux/ Scène Nationale (París), La Filature/Scène Nationale de Mulhouse, en cooperación con Cheek by Jowl (Londres), con el apoyo del British Council de Rusia. Se estrenó en el teatro «Les Gemeaux» de París en abril de 2005. Con la colaboración del Centro Ruso de Ciencia y Cultura.

Idioma: ruso con sobretítulos en castellano
Duración: 3 horas.

Web del espectáculo


LA CENA DE LOS IDIOTAS, adaptada y protagonizada por Josema Yuste. Un picoteo teatral.

CRÍTICA

Una cena de gilipollas. Así la llaman. Usted no conoce las reglas, ¿verdad? Invitan a cenar a un idiota. Por supuesto él no sabe para qué se le ha invitado, y el juego consiste en dejarle hablar. ¿A que parece muy divertido? Pues para mí no lo es.” Así explica la mujer del protagonista el mecanismo de funcionamiento del jueguecito que su marido y otros amigos realizan todos los martes en esta obra. Y la verdad es que a mí me pasa un poco lo mismo que a esta buena mujer con el espectáculo en sí. Que está entretenido, sí. No es soez en exceso, no. El montaje es correcto, también. Y los actores no están mal. En absoluto. Pero simplemente no me ha parecido tan graciosa, y ya está. Y esto, como todo en la vida, es subjetivo. Porque vaya por delante que en el patio de butacas la gente de descoyuntaba de la risa, ojo. Y además si está teniendo el éxito que tiene (es la tercera temporada en Madrid) será por algo. Y todo lo que es llenar salas, y más en los momentos críticos que vivimos, bienvenido sea.

Esta adaptación teatral de Josema Yuste de la película “La cena de los idiotas” de Francis Veber, dirigida para la escena por Juan José Alfonso, es un entretenido ejemplo de blockbuster teatral que vuelve en esta ocasión al Teatro Reina Victoria de la capital. Yuste (ex – «Martes y Trece»), David Fernández (ex – «Chikilicuatre», sustituyendo al anterior «tonto» Agustín Jiménez) y Félix Álvarez “Felisuco” (ex – «El informal») son los tres pilares cómicos sobre los que se asienta la representación. Acompañados por Esperanza Lemos, Natalia Ruiz y José Luis Mosquera. Por cierto, hay que decir que éste último es tal vez de lo mejorcito de la función, un cachondo incapaz de contener la risa (incluso aunque los cuatro jinetes del apocalipsis llamaran a su mismísima puerta).

En cuanto a los tres protagonistas, cumplen su función como es de esperar. Sorprende que Yuste se reserve el papel más comedido y serio: el del anfitrión que no puede celebrar la cena por un ataque de lumbago (aunque tenga algún momento de lucimiento y desvarío), dejando los papeles más exagerados al representante de España en Eurovisión David Fernández (como el “idiota”, obsesionado con las maquetas de cerillas), que defiende bien su personaje, y a Felisuco. Éste en dos exagerados roles que sabe llevar bien: un masajista brasileño amanerado y un inspector de hacienda gangoso. Como veis tampoco es que sea un alarde de sutileza el tema. Pero aún con ésas, tampoco trata de tontos por completo (menos mal que no somos los invitados de la cena) a los espectadores. Lo cual es de agradecer.

El caso es que, aunque tenga su componente de crítica, La cena de los idiotas es, al fin y al cabo, un vodevil. Hay momentos que funcionan muy bien (y otros que son graciosos en el aspecto de que se les va completamente de las manos a los actores) (la verdad es que hay buena química, eso es innegable). Y tiene su aquél también el ver a tres personajes tan conocidos de la comedia catódica patria. Y ya que la gente lo que necesita ahora es reírse y olvidar sus problemas  pues ya tienes un éxito asegurado. Y si además tiene sobre las tablas a caras tan familiares como las que se ven aquí, mejor que mejor.

Así que lo dicho, a mí particularmente no es que me haya entusiasmado (como por ejemplo, en tono de comedia alocada, sí que lo hizo aquélla “Qué desastre de función” de Paco Mir), pero es un entretenido pasatiempo. Sobre idiotas que no lo son tanto y listillos de esos de los que está el mundo lleno.

FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA

LA CENA DE LOS IDIOTAS, de Francis Veber
Dirección Juan José Afonso
Con Josema Yuste, David Fernández, Felix Álvarez ‘Felisuco’, Esperanza Lemos, José Luis Mosquera y Natalia Ruiz
Escenografía: Ana Garay / Iluminación: Carlos Alzueta / Música: Marc Álvarez / Vestuario: María José Vázquez y Pilar Docio / Fotografía y diseño gráfico: Javier Naval / Distribución: Iraya Producciones