REGLAS, USOS Y COSTUMBRES EN LA SOCIEDAD MODERNA, con Anabel Alonso

1982194_733427350021082_1839483424_n(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna en Espacio Labruc de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

REGLAS, USOS Y COSTUMBRES EN LA SOCIEDAD MODERNA. Anabel y las reglas
crítica por Miguel Gabaldón

«Lógico, probable… no descartable», repite continuamente la protagonista de Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna, el monólogo escrito por Jean-Luc Lagarce que se ha estrenado en Espacio Labruc. Un conocido, irónico y complicado texto (por lo repetitivo de su estructura) acerca de las normas sociales que nos constriñen y obligan a actuar de tal o cual manera. Desde el nacimiento, pasando por el matrimonio o las bodas de plata hasta la mismísima defunción. Y vuelta de nuevo a empezar. Ironía, absurdo y delirio se entremezclan para pasar una lógica, probable… no descartable tarde de entretenimiento.

Pero lo que más puede llamar la atención es encontrar a una figura catódica como Anabel Alonso en medio de Malasaña y en una sala alternativa defendiendo este texto. Y la verdad es que su bautismo en estas lides se salda con una victoria aplastante. Porque esta mujer es una cómica nata, en el medio que sea, con lo cual las risas están aseguradas. Lógico, probable… no descartable.

La directora Heidi Steinhardt consigue diseccionar el texto y guiar a Alonso a través del enrevesado texto sin perderse. La sencilla puesta en escena deja en manos de la actriz todo el peso de la función, y consigue momentos francamente divertidos. Su ponencia institucional, con esas gafas de pasta y sonrisilla de nerd, es bastante genial. Con el handicap de un medio al que no está acostumbrada y lo reducido del espacio, el caso es que esta Alonso en versión freak no se achanta y mira a los ojos permanentemente a los espectadores. Y no hace de ella misma, si alguno es lo que se lo teme, sino que posee una marcada caracterización (más bien caricaturización) que funciona perfectamente y en la que se desenvuelve sin problema con un importante dominio del texto. Una muy entretenida tarde de teatro en Espacio Labruc, en definitiva. Pero eso ya era de esperar, ¿no? Lógico, probable… no descartable.

M.G.

UN HOMBRE CON GAFAS DE PASTA, de Jordi Casanovas

Un-Hombre-con-gafas-de-Pasta-Olga-Aficionarts(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del reestreno de Un hombre con gafas de pasta en La pensión de las pulgas de Madrid, que ahora reponen en la misma sala. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

UN HOMBRE CON GAFAS DE PASTA. Beware the gafapastas
Crítica por Miguel Gabaldón

Una reunión de amigos. Una cena. Una crisis sentimental. Un nuevo invitado para animar a la anfitriona. Éste es el comienzo de Un hombre con gafas de pasta de Jordi Casanovas. Un espectáculo que acoge uno de los especiales salones de La pensión de las pulgas. Y lo que empieza como una comedia, casi como una película de Woody Allen, con su personaje algo neurótico e inseguro y esos amigos que deciden echarle una mano (que se ve venir será una mano al cuello) acaba transmutando en un ejercicio mucho más complejo, metáfora de los vampiros intelectuales (mucho más peligrosos que los brilli brilli de Crepúsculo).

Casanovas levanta un texto fresco y divertidísimo, con una dirección dinámica y ejemplares interpretaciones. El escenario de La pensión de las pulgas es además perfecto para este fin, aportando la realidad y cotidianeidad que busca como presentación. Sin embargo poco a poco la experiencia se irá intensificando (no voy a spoilear, porque merece la pena vivir la experiencia) hasta acabar con una vuelta de tuerca (de tono y género) absolutamente sorprendente que sin embargo encaja completamente con la propuesta de Casanovas. Un ejercicio de estilo en el que el autor catalán demuestra un vistoso dominio de la dramaturgia para elaborar una reflexión sobre los peligros de la postmodernidad, el postureo intelectual y los gafapastas criticones y succionadores de energía (hay otros gafapastas inofensivos, todo sea dicho, que no se puede generalizar).

Los cuatro intérpretes además están que se salen. Empezando por José Luis Alcobendas, ese hombre con gafas de pasta, magnífico en su solemne caricatura de este espécimen tan reconocible. Fantástico (la verdad es que es uno de los papeles en los que más le he visto disfrutar). Markos Marín es Oscar, un genial acólito fascinado por el pomposo poder del intelecto de palo. Olga Rodríguez llena de energía y simpatía, es la pareja del anterior y amiga íntima de la protagonista. E Inge Martín es Aina, esa protagonista y anfitriona que acaba de romper con su novio. Una fémina de apariencia frágil pero mucho más que interesante. Esta actriz se erige en un personaje maravilloso que te dan ganas de llevarte a casa. Los cuatro consiguen una estampa absolutamente reconocible y natural, cualquier cena con amigos en la que nosotros mismos podríamos estar incluidos.

Un hombre con gafas de pasta es una de las joyitas de la temporada. Absolutamente recomendable tanto para disfrutar de unas interpretaciones fantásticas como de un originalísimo texto. Para los amantes de las misceláneas sin complejos. Y mucho cuidadito con los hombres con gafas de pasta que andan por ahí: no dejéis que os quiten las ganas de ver esta genial propuesta.

M.G.

ÁRBOL, en Espacio Labruc

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(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del reestreno de Árbol en Espacio Labruc de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

ÁRBOL. Raíces en Labruc
Crítica por Miguel Gabaldón

Sor Margarita quiere matar todas las plantas que habitan en el jardín de la institución psiquiátrica que dirige. Anturio, su sobrino invertido, tiene como misión convertir este vergel demoníaco en un páramo según las órdenes de su tía. Una labor a la que se resiste, pues tiene una particular fascinación por Celidonia, la interna más singular que se encuentra allí, quien trata a uno de los árboles del jardín como si fuera su hijo… Esto es Árbol, el especial montaje que ha vuelto a Espacio Labruc. Un texto de Alessio Arena dirigido por Ángel Málaga y Roberto Morales. La locura y el amor se entrelazan en este espectáculo que transita por las ramas más enrevesadas y retorcidas de la mente (y el corazón) humanos.

El espacio, prácticamente vacío, de Labruc sirve de escenario para una compleja narración que llega a estremecer. Y es que, ante todo, Árbol es la historia de Celidonia y su hijo perdido. La obra, profundamente poética y metafórica, está estructurada entre diálogos de sobrino y tía y monólogos de la interna. Y aunque peca de literaria en múltiples momentos (a alguno lo mismo le rechinarán un poco ciertas expresiones), consigue instantes de intimidad demoledora cuando nos introduce en la cabeza de esta mujer enamorada de su hijo-árbol. Ana Cavilla y Manuel Enríquez son unos acertados Sor Margarita y Anturio, con una confianza extraña pero potente que consiguen transmitir al público. Pero es Itziar Cabello la que resulta completamente fascinante como esa Celidonia. La locura, verdad y turbación que transmiten sus enormes ojos oscuros es una experiencia única. Aunque sólo fuera por poder asistir a esta enorme interpretación ya merecería la pena acercarse a este Árbol de inciertas raíces. Ascendamos con Celidonia a través de las ramas de su mente para acompañarla en su viaje de pérdida y demencia, en su obsesión maternal y estremecedora… “Hijo mío, hijo mío…”

M.G.

LA CORTESÍA DE ESPAÑA, dirigida Josep María Mestres

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(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de La cortesía de España en el Matadero de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

LA CORTESÍA DE ESPAÑA. Demasiada cortesía
Crítica por Miguel Gabaldón

La cortesía de España se subitula Comedia Famosa. Curioso el asunto, al tratarse de una de las más desconocidas obras del famosérrimo Lope de Vega. El caso es que este texto del Fénix de los ingenios es el último escogido por la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, que en este caso abandona su útero materno, el Teatro Pavón (donde se está representando La vida es sueño) para colarse en el vientre de alquiler del Matadero.

Josep Maria Mestres dirige este Lope en versión de Laila Ripoll sacando jugo estético al texto, con una acción que va desde Venecia hasta Toledo pasando por Génova u Orgaz. La historia versa sobre celos, amores, honores, huídas y equívocos varios. El irónico texto se refiere a la imposibilidad de alcanzar la felicidad de un caballero español que antepone su famosa cortesía nacional a todo, incluso a riesgo de perder a su enamorada. Mestres sitúa la acción en un escenario de dos niveles que permite rápidos cambios apoyados por unas magníficas y plásticas proyecciones también a dos niveles. Las actuaciones de la Joven Compañía son dignas de elogio, ya que le ponen una energía y ganas contagiosas (como siempre, por otra parte). Brillan con luz especial los defensores de los personajes protagonistas: la fantástica Lucrecia de Natalia Huarte (qué difícil es lo que consigue esta chica, recitar los versos con la verdad con la que lo hace) el caballeroso Don Juan de Francesco Carril y la Leonarda de Júlia Barceló.

Sin embargo este texto, no llega a enganchar del todo. No puedo evitar pensar que tal vez si no es conocido, es por algo (por muy de Lope de Vega que sea y comedia famosa que se subtitule). Estos enredos no resultan lo suficientemente divertidos ni interesantes como para levantar un espectáculo entero alrededor suyo, y a la postre se hace algo largo. Hay momentos hilarantes, eso sí, con las frases que Don Juan lanza defendiendo su condición («Soy español, y el amparar las damas desde la cuna lo aprendemos»). Pero es que además (sobre todo en la primera parte) me despista profundamente la contraposición de tonos que aparecen, desde la comedia pura y dura hasta una escena tan dura (y puramente dramática en este caso) como la del bosque, demasiado seguidas y sin transiciones que valgan ni solución de continuidad. El caso es que esta cortesía española es un espectáculo correcto y sobre todo interesante por las interpretaciones de su joven elenco, pero que tampoco pasará a la historia. Y “Aquí la comedia acaba, llamada para serviros, La cortesía de España”.

M.G.

LOHENGRIN, en el Teatro Real

lohengrin(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Lohengrin en el Teatro Real de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

LOHENGRIN, el canto del cisne.
Reseña por Miguel Gabaldón

«¡Mirad, mirad!, ¡qué extraño milagro!. ¿Cómo? ¿Es un cisne?. ¡Un cisne arrastrando una barca!. ¡Un caballero va en ella de pie!» A Gerard Mortier seguro le habría gustado que le compararan con el caballero del cisne. Llegó, luchó dejando una marca indeleble y completamente personal en la programación del Teatro Real y se ha vuelto a marchar. La primera ópera estrenada después del fallecimiento de más polémico director artístico que ha pasado por allí, Mortier, se trata del Lohengrin de Richard Wagner. A ex-director artírtistico le amaban igual que le odiaban (curiosa es la vida, que ahora parece que le adoraba todo el mundo), pero desde luego consiguió insuflar de vida al Real y logró que la prensa internacional fijara sus ojos en él. Y ahora se ha vuelto a marchar, cual Lohengrin, y todas las representaciones de este montaje serán en su honor.

Hay que decir que esta ópera no es uno de sus proyectos más arriesgados. La historia protagonizada por el caballero del Grial y su enamorada, la inocente dama Elsa, y su lucha contra la malvada Ortrud se ha enfocado desde un punto de vista eminentemente estético pero que no distrae de la música. La experiencia es espectacular, y parece que ha convencido a la mayoría del público del Real, algo que hace tiempo no pasaba. La verdad es que, si se quiere ver una ópera grandiosa, ésta sin duda es una oportunidad perfecta, ya que además por lo visto ésta de Wagner es la ópera con una presencia de coro más importante. Cierto es que, aunque no se haga ningún experimento (como esa Lady Di rediviva de Alceste), resulta lo suficientemente alejada del cartón piedra como para resultar atractiva a nivel estético para los fans de Mortier.

Y es que al fin y al cabo Lohengrin es una leyenda como dios manda, una historia en la que el componente mitológico adopta un papel primordial y traslada al espectador a un mundo de caballeros, damas virginales, brujas (o casi), cisnes voladores (que no se ven, menos mal, pero se imaginan) y magia. La lucha del mundo de la luz, encarnado por la inocente Elsa, contra la oscuridad (la muy malvada Ortrud) tiene lugar en esta ocasión en una especie de cueva atemporal. La escenografía ha sido concebida por el artista plástico Alexander Polzin (La conquista de México). Un impresionante cubo del tamaño del escenario del Real que acoge la acción. Se transforma así la escena en una especie de caverna subterránea de piedra basáltica, con vetas y orificios a través de los cuales entran y salen los personajes y los haces de luz. Una luz que tiñe las paredes y a los intérpretes de múltiples colores a lo largo de las más de cuatro horas de representación (que se ven con gusto). La propuesta estética es en cierto modo feísta, pero resulta absorvente. El juego lumínico, en colaboración estrecha con la escenografía y el vestuario conforman un todo de grises, morados y ocres en mutación permanente. El coro se empasta con el fondo pétreo y los personajes se mueven envueltos en unos ropajes (que bien podrían ser pijamas, la verdad, para qué vamos a engañarnos) muy poco espectaculares a primera vista, pero que con el uso del color y su combinación en el todo de la puesta en escena resultan mucho más que interesantes. Quién lo iba a decir.

El cisne no es un cisne, sino un cubo lumínico con una figura que se avista en su interior. Una de las pegas que podría ponerse a este Lohengrin es que el final despista ligeramente, ya que no se sabe muy bien quién o qué es exactamente esa escultura que una vez estuvo en interior del cubo/cisne, si Gottfried, Friedrich o un alien escuchimizado al que a partir de ahora deberán empezar a adorar todos (al friki de Iker Jiménez seguro que le encantaría esta versión de Lohengrin). Algunos se miraban en la sala con cara de “que alguien me explique esto, se lo ruego”. El caso, que la solución del cubo lumínico es bastante interesante (y logra esquivar el peligro de mostrar un plumífero en escena, que no es baladí) convirtiéndolo en algo mucho más simbólico y elegante. Asimismo la interpretación y el enfoque del director de escena Lukas Hemleb consiguen evitar que el relato se transforme en un cuento infumable, y por ejemplo la encargada de poner piel y voz a Elsa (Catherine Naglestad, quien se alternará en el papel con Anne Schwanewilms) consigue no caer en la cursilería más absoluta, con una evolución en su interpretación digna de elogio. Hartmut Haenchen dirige la orquesta y está recibiendo halagos por todas partes. Escuchar una música de tamaño magnitud (el adjetivo wagneriano existe por algo) en un decorado así es una experiencia tremenda (dejando aliens aparte). El caso es que este impresionante Lohengrin, telúrico y mítico, consigue trasladarnos con su canto del cisne (y en cierto modo el de Mortier) a su universo cavernoso, poético y fantástico. «¡El cisne! ¡Mirad cómo se acerca de nuevo…!»

M.G.

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES, dirigida por Sergio Peris-Mencheta

Continuidad de los parques
(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Continuidad de los parques en el Matadero de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)
CONTINUIDAD DE LOS PARQUES. Discontinuidad humorística
Crítica por Miguel Gabaldón
– A veces alguien se queda mirándole a uno.
– Ya veo. ¿Y se acerca? ¿Sin motivo?
– Sin motivo. Y entonces se entabla una conversación sobre cualquier tema general.
– ¿Y luego? ¿Qué ocurre luego?

(El Square. Marguerite Duras)

Pues luego pueden ocurrir muchas cosas, sobre todo en la cabeza, como en la última obra dirigida por Sergio Peris-Mencheta, Continuidad de los parques, que se ha estrenado en el Matadero. Es éste un montaje que, por las opiniones que uno va leyendo y escuchando, depende total y absolutamente de los gustos de cada cual. Alabanzas casi incondicionales (las más) se alternan con alguna crítica tirando a ni fú ni fá. Personalmente (y mira que iba con ganas a verla) (o precisamente por eso) soy de los últimos.

Hay un problema de base, y es que el texto de Jaime Pujol no me hace gracia, con lo cual mal empezamos. Bueno, alguna sonrisilla sí me provocaba, por supuesto, pero no las carcajadas que se levantaban entre la nutrida audiencia. Me pasaba lo mismo que cuando vi La cena de los idiotas, que no entendía qué era lo que le hacía tanta gracia a la gente. La diferencia es que el tipo de público en una y otra difiere notablemente. Continuidad… es una especie de hype que llego a entender del todo. El caso es que estas historias, sketches independientes con el nexo común del lugar (el parque) y una simpática locura de sus protagonistas no me entretiene (problema gordo al tratarse de una comedia). La dirección está bien (sobre todo en cuanto a los actores se refiere), el ambientar con loops y samplers vocales en directo (labor a cargo de Marta Solaz) tiene también su punto, a pesar de que distraiga un poco. El problema es que es un texto absurdo que quiere ser Samuel Beckett o Georges Perec (qué bien le salió a Peris-Mencheta ese Incrementum) pero que se acerca peligrosamente a un humor televisivo más bien simple. Algo muy parecido a un programa de José Mota.

Lo salvan, eso sí, los actores, que están espléndidos, todos y cada uno de ellos en sus multiplicidad de caracteres. Luis Zahera, fantástico; Roberto Álvarez, sólido y con presencia; Gorka Otxoa, con un registro más tipicón, pero que funciona; y Fele Martínez, genial en cada una de sus apariciones. Peris-Mencheta desde luego vale para dirigir, de eso no hay duda, y juega con sus actores de forma fantástica por encima del texto. Eleva también el conjunto el último sketch, Luz verde, a años luz de sus predecesores. Un ejemplo muy inteligente (que recuerda vagamente a otra pieza con taxi incluido, de Harold Pinter en este caso, que se pudo ver en la Tétrada de La Puerta Estrecha) en el que un hombre se sienta en un banco como si de un taxi neoyorquino se tratase. La evolución y relación de esos dos personajes es maravillosa, y es el único momento en el que se avista lo que podría haber sido esta Continuidad de los parques si todo hubiera seguido ese camino. Un camino que, sin embargo, se pierde entre los árboles y no llega a encontrarse. «Un hombre entra en un parque. El parque aún está cerrado, pero entra«, comienza y acaba, cíclicamente este montaje. Así que avisados estáis, puede que os encante o puede que no, sois completamente libres de entrar en este parque.

M.G.

TRUE WEST (EL AUTÉNTICO OESTE), de Sam Shepard

teaserbox_19636357(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de True West, dirigido por José Carlos Plaza, en la Sala Negra de los Teatros del Canal de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

TRUE WEST. Mentiras, verdades y tostadoras en el auténtico oeste.
Crítica por Miguel Gabaldón

Desiertos mentales y físicos, grillos y coyotes, máquinas de escribir y tostadoras, cerveza y whisky, verdad y mentira, familia y delirio, realismo y absurdo… Todo esto es True West, de Sam Shepard, que inaugura la Sala Negra de los Teatros del Canal después de haberse mantenido un tiempo considerable yendo y viniendo por el off del Teatro Lara. Una alucinada y alucinante historia que nos hace perdernos en los desiertos californianos y en la mente de los protagonistas.

Ya el acceso a la sala es extraño (acomodadores varios le indican a uno, a través de pasillos, accesos y ascensores, cómo llegar a la deseada Sala Negra). El horario es algo intempestivo también (con funciones a las diez de la noche y a las once y cuarto en fin de semana). Todo apoya una sensación algo atípica que el texto escrito por Shepard, ese lobo de las estepas familiares americanas, y la propuesta escénica de José Carlos Plaza confirman. El escenario, un cuadrilátero de blancos y sencillos muebles rodeado de arena. Unas líneas de tiza al fondo se erigen en imagen del ansiado desierto donde todo se convierte en verdad. Luis Rallo interpreta a Austin, un guionista organizado y responsable, y Alberto Berzal interpreta a Lee, el hermano con el que se reencuentra en la casa de su madre. Un perdedor, ladrón de poca monta con querencia a pasar temporadas en el desierto. La visita de un productor cinematográfico (Joaquín Abad) provocará un intercambio de papeles entre los hermanos, comenzando así un extraño y absurdo duelo al sol (aunque estén a cubierto y la noche sea su elemento) familiar. La aparición de una desorientada madre (Inma Cuevas) que cree que Picasso sigue vivo y está visitando su pueblo pondrá la guinda al pastel.

Si bien es cierto que el comienzo de la obra peca de repetitivo y no llega a convencer, el espectáculo va ganando enteros de forma brutal a medida que avanza y el alcohol empieza a regar los gaznates de los protagonistas. Entonces el escenario evoluciona, se llena de una suciedad y locura completamente fascinante (genial la obsesión con las tostadoras de Austin), defendido por unos espectaculares Luis Rallo y Alberto Berzal (aunque algunos dirán que se les va algo de las manos, pero su borrachera es una de los mejores y delirantes que he visto nunca) y que se corona con la aparición de una Inma Cuevas absolutamente surrealista e hipnótica.

Plaza dirige el espectáculo con un deje casi lynchiano (con una contrastada y en momentos casi onírica iluminación y una música que te transporta al desierto americano) en el que no se sabe muy bien si estos dos hermanos son reales o qué. Y es que, como el propio autor dice, se trata de un texto que habla (entre otras muchas cosas) de la naturaleza doble. El caso es que el espectáculo acaba por arrastrar en su locura (aunque algunos espectadores no parecieran muy convencidos a la salida de la sala) y resulta fascinante. True West es una búsqueda desesperada y casi palpable de la verdad y consigue sumergir al espectador esta historia doble de desiertos, perdedores en búsqueda de lo auténtico y, como explica Lee con respecto a su guión, perseguidores que no saben a dónde demonios les conducirán quienes persiguen… Y perseguidos que no tienen ni idea de a dónde van.

M.G.

PETIT PIERRE, con Adriana Ozores. Una joya mecánica

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(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Petit Pierre, dirigido por Carles Alfaro, en el Teatro de la Abadía de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

PETIT PIERRE. crítica de Miguel Gabaldón

El mundo como un carrusel mecánico que gira y gira, con sus pequeñas mezquindades, bellezas, guerras. Así lo entendía Pierre Avezard. Nacido en 1909, “un año pequeño” en el que él nace pequeño también: deforme, medio ciego, sordo y mudo. El mundo le rechaza y tiene que dejar de estudiar a los siete años para adoptar el oficio de los inocentes: pastor de vacas. Pero Petit Pierre, sin estudios ni saber leer o escribir, fascinado por el movimiento del universo, crea pequeños milagros mecánicos, tomando de partida los ejemplos que tiene a su alrededor. Y transformado la fealdad en belleza. Los aviones que sobrevolaban su pueblo francés en la II Guerra Mundial, para él son pequeños aeroplanos que lanzan remolachas para alimentar a las vacas.

Poco a poco, Petit Pierre fue erigiendo un universo paralelo impelido por su soledad hasta crear uno de las más pequeños y bellas metáforas del s. XX: un carrusel mecánico movido por un único motor, confeccionado con chapas, maderas y otros materiales no nobles y en el que se podía observar un pequeño y fascinante mundo en miniatura. Un ejemplo de ese llamado Outsider Art o Art Brut, con en el que Pierre, de forma completamente autodidacta y con materiales de desecho, reflejó de forma asombrosa un microcosmos particular en el que se mezclaban cientos de figuras: animales, tanques, flores de metal que jamás se marchitarían… Además de reflejar su soledad de forma absolutamente bella y naïf, al retratarse a él mismo bailando con una vaca sobre una redonda placa de metal mientras todos los demás disfrutan de parejas más convencionales.

La autora canadiense Suzanne Lebeau quedó maravillada por este personaje y decidió escribir una obra para niños y adultos sobre esta bella metáfora. Y ahora, Bambalina Producciones la hace aterrizar en el Teatro de la Abadía. Y no es de extrañar que una compañía de títeres se enamore de esta preciosa y pequeña historia. Carles Alfaro dirige el montaje, poniendo en marcha (después de Éramos tres hermanas) otro mecanismo de relojería movido por la sensibilidad y la poesía. Sólo dos intérpretes en escena, rodeados de un rústico invento circular y giratorio que nos sumerge en la mente de su protagonista. Jaume Policarpo es el encargado de poner  piel a Petit Pierre, con ternura y delicadeza. Con sus movimientos y gestos, Policarpo consigue una creación enternecedora y repleta de cariño. Y sus manos manejan los artefactos y pequeños títeres de la escena elegantemente, dotándoles de vida propia. Pero Policarpo no está solo en su viaje. Le acompaña una narradora de excepción, maestra de ceremonias de este cuento-carrusel y de la vida de Petit Pierre, encarnada de forma magistral por una impresionante Adriana Ozores. Y es que ella lleva el peso de la narración del espectáculo y nos arrastra en una montaña rusa de emociones haciéndonos girar y girar con su voz y su pasión. El engranaje entre los dos es sencillamente perfecto y conmueve en no pocas ocasiones.

Petit Pierre es una pequeña joya hecha de hecha de latón y madera. Y es que un mecanismo perfectamente engrasado también es la puesta en escena, con esa escenografía que envuelve a los personajes llena de movimiento, con sus pequeños muñecos y sencillas construcciones hechas de latón. Apoyada por una delicada iluminación llena de claroscuros y una casi omnipresente música que en ningún momento llega a cansar, sino que nos traslada sonoramente a este carrusel. Un canto a la vida, lleno de detalles infantiles pero también amargos que muestra los claroscuros del ser humano. De cómo hay seres tan especiales que a pesar de ser condenados al ostracismo le pueden hacer a ese mismo cruel mundo un regalo tan singular como para hacerles sentir niños de nuevo, devolviéndoles la inocencia y la capacidad de maravilla. Petit Pierre es una obra redonda como un tiovivo, llena de detalles, sutil y fascinante. Hermosísima y emocionante, pequeña gran metáfora del s. XX y de un mundo que “gira y gira, frágil, sin parar”.

M.G.

ÉRAMOS TRES HERMANAS. Chéjov pasando por Sanchís Sinisterra

treshermanas-770x1089(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Éramos tres hermanas en el Teatro de la Abadía de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

ÉRAMOS TRES HERMANAS. crítica por Miguel Gabaldón

Éramos tres hermanas es un experimento arriesgado. José Sanchís Sinisterra ha decidido desmembrar el original de Antón Chéjov en el Teatro de la Abadía y re-narrarlo, con los peligros que ello conlleva. Sin embargo la obra dirigida por Carles Alfaro consigue algo casi imposible: poner sobre escena unas hermanas asinisterradas pero completamente chejovianas. Una delicatessen en la que se ven reducidas a su nostálgica esencia, mostrando sus alma repletas de ilusiones brillantes oscurecidas por el paso del tiempo.

En escena, un piano de cola lleno de pajaritas de papel y algunas sillas. Una malla negra rodea el escenario, amparado a los laterales por la audiencia. Y las tres hermanas hacen su aparición. No son las tres hermanas de la historia de Chéjov en sus años mozos, sino tres mujeres ya mayores y ajadas, de maquillaje excesivo y fantasmagórico, vestidas con ropajes anticuados y extraños. Son las tres hermanas que han caído en el olvido, atrapadas, ancladas en un reducto con olor a viejo sin haber llegado jamás a ese Moscú soñado. Allí, en este espacio atemporal, no pueden más que volver revivir una y otra vez su historia, a recordar o imaginarse, a contarse las unas a las otras (con acotaciones incluidas) la obra imaginada por Chéjov, representando ellas mismas el resto de los papeles, los amados y los odiados que les han obligado a permanecer en ese limbo. Un limbo cubierto por una perenne malla negra que difumina su interior y los tres fantasmas que en él habitan.

La delicada iluminación deja la caja habitada por los espíritus de estas hermanas casi siempre en penumbra. El suelo y la pared reflejan las imágenes envejecidas de sus moradoras. Irina toca el piano y canta algunas piezas (emocionante, muy hermoso y melancólico ese Que reste-t-il de nos amours, y genial el I want to go to Moscow) como transiciones entre los actos chejovianos. La obra va avanzando en su deconstrucción, desde el desconcierto inicial del espectador (quien debe abrazar la propuesta, reconstruyendo la historia y el alma de estos personajes, no es para todos los públicos), y a pesar de que en su comienzo cuesta entrar en el código utilizado, hasta una inmersión total en esta reducción de las tres horas del original a apenas una hora y diez minutos. Y qué decir de las hermanas. Tres pedazo de actrices como copas de tres gigantescos pinos, empezando por la Olga de la insigne Julieta Serrano, pasando por la Masha de Mariana Cordero (ese “Otra vez…otra vez…” se te clava en el alma) hasta llegar a una deliciosa (no hay otro adjetivo posible) Irina con aires infantiles de Mamen García. Maravillosas. Y después de compartir sus historias, sus ilusiones truncadas, el absurdo, sus conversaciones y tristes amores queda la soledad, el sonido de los militares que se alejan, de ese pueblo, de esa casa, de ese espacio de sueños rotos del cual nunca podrán escapar… «Pasará el tiempo y nos iremos para siempre. Se olvidarán de nosotras, olvidarán nuestros rostros, nuestras voces y cuántas éramos… Éramos tres hermanas.»

M.G.

DIONISIO RIDRUEJO, UNA PASIÓN ESPAÑOLA. Dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente

Foto: marcosGpunto
Foto: marcosGpunto

(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Dionisio Ridruejo. Una pasión española en el Teatro Valle-Inclán de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

DIONISIO RIDRUEJO. UNA PASIÓN ESPAÑOLA. crítica por Miguel Gabaldón

Dionisio Ridruejo. Una pasión española es uno de esos espectáculos de los que sales como si te hubieras metido una dosis de alucinógenos y no te hubieran sentado demasiado bien. La obra de Ignacio Amestoy estrenada (por primera vez, después de más de treinta años) en el Teatro Valle-Inclán de Madrid es un ritual místico y político delirante y espeso cual terreno de arenas movedizas. Dionisio Ridruejo es una figura de la historia española que en poco tiempo pasaría de ser la referencia emblemática del fascismo franquista a encabezar un partido socialdemócrata, Unión Social Demócrata Española, la USDE, en las tripas de la dictadura. Para Santos Juliá, Ridruejo llegaría a trazar «el primer esbozo de lo que habría de ser la transición a la democracia«. En la realidad, sería el primer político de la Transición. En estos días que tanto se ha hablado del tema por la muerte de Adolfo Suárez, parece casi una señal que aparezca este montaje también. El caso es que es aconsejable estar un poco familiarizado con el asunto político o por lo menos sentir un interés hacia el tema (si no tal vez el montaje puede hacerse algo cuesta arriba). Aunque incluso aún si uno no tiene repajolera idea del tema, Dionisio Ridruejo se erige en un espectáculo profundamente perturbador.

El montaje se ubica en el gimnasio de lo que podría parecer una instalación castrense, incluso un hospital o una institución mental. Allí coinciden meses antes de la muerte de Franco (y en el mismo día en el que Ridruejo muere) un joven comandante de aires progresistas, un coronel delirante, un viejo general en silla de ruedas y el comandante que le asiste. Además de una enfermera (quien sufrirá una surrealista mutación hacia el final de la obra). El coronel se cree por momentos su amigo Ridruejo, el general se torna en el Generalísimo y todo adquiere un tono alucinatorio y demencial. La locura fascista, la potencia castrense, las ansias de poder y la insania generalizada invaden la escena forzando en este maremagnum una atmósfera que se torna irrespirable. El espectáculo se convierte en un mal sueño terriblemente aprisionador. Un ritual escénico que da miedito y angustia, la verdad (será porque el tema fascista siempre da un poco de qué sé yo).

El complicadísimo y espeso texto de Amestoy, intelectual y ceremonial a partes iguales, encuentra su media naranja en la acertada y rica puesta en escena de Juan Carlos Pérez de la Fuente, que flanquea a estos militares baloncestistas por dos inmensas serigrafías de ángeles vengadores, en un escenario presidido por la bandera nacional con el águila presente (“ten cuidado que el águila no despierte”, dicen). Los certeros y angustiosos diseños de sonido e iluminación completan la ecuación. Entre los actores destacan un Ernesto Arias que va creciéndose poco a poco como el comandante Arenas, y sobre todo un Paco Lahoz inmenso y amenazador como el enajenado general Castillo. se dejan la piel todos y la verdad es que parece que realmente están poseídos. Dionisio Ridruejo no es un biopic tal cual de esta figua política, sino una ensoñación pesadillesca en la que al incauto espectador se le introduce en una enajenación fascista y sus luchas intestinas hacia una democracia en ciernes. Al final uno acaba con la cabeza como un bombo (de verdad), pero estremecido y absorto, convirtiéndose en un asistente a una misa castrense en la que se elevan tanto el Gloria y el Credo como el Cara al sol sin solución de continuidad. Una pesadilla para la que se tiene que estar preparado, pero que acaba por resultar fascinante. “-Usted tiene demasiados sueños, coronel. –No son sueños, son pesadillas…

M.G.