ÉRAMOS TRES HERMANAS. Chéjov pasando por Sanchís Sinisterra


treshermanas-770x1089(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Éramos tres hermanas en el Teatro de la Abadía de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

ÉRAMOS TRES HERMANAS. crítica por Miguel Gabaldón

Éramos tres hermanas es un experimento arriesgado. José Sanchís Sinisterra ha decidido desmembrar el original de Antón Chéjov en el Teatro de la Abadía y re-narrarlo, con los peligros que ello conlleva. Sin embargo la obra dirigida por Carles Alfaro consigue algo casi imposible: poner sobre escena unas hermanas asinisterradas pero completamente chejovianas. Una delicatessen en la que se ven reducidas a su nostálgica esencia, mostrando sus alma repletas de ilusiones brillantes oscurecidas por el paso del tiempo.

En escena, un piano de cola lleno de pajaritas de papel y algunas sillas. Una malla negra rodea el escenario, amparado a los laterales por la audiencia. Y las tres hermanas hacen su aparición. No son las tres hermanas de la historia de Chéjov en sus años mozos, sino tres mujeres ya mayores y ajadas, de maquillaje excesivo y fantasmagórico, vestidas con ropajes anticuados y extraños. Son las tres hermanas que han caído en el olvido, atrapadas, ancladas en un reducto con olor a viejo sin haber llegado jamás a ese Moscú soñado. Allí, en este espacio atemporal, no pueden más que volver revivir una y otra vez su historia, a recordar o imaginarse, a contarse las unas a las otras (con acotaciones incluidas) la obra imaginada por Chéjov, representando ellas mismas el resto de los papeles, los amados y los odiados que les han obligado a permanecer en ese limbo. Un limbo cubierto por una perenne malla negra que difumina su interior y los tres fantasmas que en él habitan.

La delicada iluminación deja la caja habitada por los espíritus de estas hermanas casi siempre en penumbra. El suelo y la pared reflejan las imágenes envejecidas de sus moradoras. Irina toca el piano y canta algunas piezas (emocionante, muy hermoso y melancólico ese Que reste-t-il de nos amours, y genial el I want to go to Moscow) como transiciones entre los actos chejovianos. La obra va avanzando en su deconstrucción, desde el desconcierto inicial del espectador (quien debe abrazar la propuesta, reconstruyendo la historia y el alma de estos personajes, no es para todos los públicos), y a pesar de que en su comienzo cuesta entrar en el código utilizado, hasta una inmersión total en esta reducción de las tres horas del original a apenas una hora y diez minutos. Y qué decir de las hermanas. Tres pedazo de actrices como copas de tres gigantescos pinos, empezando por la Olga de la insigne Julieta Serrano, pasando por la Masha de Mariana Cordero (ese “Otra vez…otra vez…” se te clava en el alma) hasta llegar a una deliciosa (no hay otro adjetivo posible) Irina con aires infantiles de Mamen García. Maravillosas. Y después de compartir sus historias, sus ilusiones truncadas, el absurdo, sus conversaciones y tristes amores queda la soledad, el sonido de los militares que se alejan, de ese pueblo, de esa casa, de ese espacio de sueños rotos del cual nunca podrán escapar… «Pasará el tiempo y nos iremos para siempre. Se olvidarán de nosotras, olvidarán nuestros rostros, nuestras voces y cuántas éramos… Éramos tres hermanas.»

M.G.

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