ELEKTRA, de Richard Strauss

Cartel de Elektra. Ilustración de Eduardo Arroyo.

CRÍTICA

El primer montaje del Real de este año ha sido la ópera de Richard Strauss «Elektra». Elektra nos cuenta la historia de la mujer del mismo nombre, hija de Clitemnestra y Agamenón, y hermana de Crisótemis y de Orestes. Muerto su padre a manos de su mujer, Elektra cae en una espiral de locura que la lleva a vagar por los aposentos de palacio vestida como una pordiosera, convirtiéndose en el hazmerreír de la servidumbre. Su único deseo es el retorno de Orestes, su hermano exiliado, para que vengue la muerte de su padre matando a su vez a la madre de ambos y a su nuevo marido.

Elektra está considerada como una ópera profundamente psicológica. Todo se articula en torno a su figura y su sufrimiento. Tengo que reconocer que soy bastante proclive a que me guste este tipo de historias, intensitas, vamos, pero la verdad es que este Elektra no me ha llegado a triunfar. No sé si es el único acto con su consecuente falta de actividad escénica o la música, impresionantemente orquestada pero algo difícil debido a la fuerte carga disonante que posee, pero el caso es que no llegó a atraparme la historia de esta loca Elektra.

Dos elencos se alternan en esta producción en los que destacan las dos sopranos que comparten el papel protagonista de Elektra, dos norteamericanas:Deborah Polaski, una de las más grandes Elektras actuales de los últimos diez años; y Christine Goerke, que debuta el papel en Madrid y se espera que sea la Elektra de los próximos diez años. La función que yo pude ver tenía como protagonista a la Polaski, que defendió su papel muy dignamente, aunque haya tenido tal vez más elogios su equivalente en el otro reparto. Además tengo que decir algo, y es que la soprano joven Ricarda Merbeth, que interpreta a su hermana Crisótemis, le arrebata el protagonismo en algunas escenas, tal vez por el mayor lirismo de sus temas, puede ser, pero el caso es que fue la más aplaudida de la noche (casi al nivel de la protagonista). Hay que reconocer que es una ópera complicada, y como dice el propio Mortier, director artístico del real, «Si no se canta bien la gente se aburre». Varios de los temas anticipan corrientes a venir como el dodecafonismo de Schonberg. En especial con momentos como las apariciones de Clitemnestra, interpretada por Rosalind Plowright, tal vez mejor defendida en el apartado interpretativo que vocal. En el reparto masculino destaca Samuel Youn como Orestes, con un magnífico registro. Aunque sólo un pequeño detalle. Ya quedaron atrás las discusiones de si es necesario un aspecto físico acorde o no para representar ciertos personajes (recordemos ciertas polémicas sobre sopranos entraditas en carnes). Pero es cierto que que es difícil que Elektra reconociese a su hermano cuando aparece en palacio, ya que se ha convertido en, ejem, coreano. Y todo dicho desde la admiración ya que vocalmente es impecable. Pero tengo que reconocer que, yo, en ese momento, sonreí. Si son hermanos, son hermanos. Todos coreanos, pues todos coreanos, no hay problemas. Pero uno de cada…

El decorado es magnífico, eso sí, obra del artista plástico Anselm Kiefer, construcción de cuatro niveles con entradas y galerías, mezcla entre palacio y escombrera, construcción en obras, encementada, fría y desoladora. Por ella vaga Elektra y el resto de los personajes. A destacar el manto de la reina (que parece de escayola), un armazón que cuando lo lleva puesto y camina provoca un efecto magnífico (casi como de ser monstruoso). Otros elementos como las linternas que portan en un par de ocasiones el coro de sirvientas ayudan en la puesta en escena al evitar un estatismo que, sin embargo, a mi parecer hace presa de este montaje. Los movimientos de los personajes parecen algo anquilosados. Algo que por otra parte no es mala idea, pero tal vez no se ha resuelto de forma adecuada. Porque la música aprisiona también a los personajes. Y eso está bien. Pero hay que reconocer que se me hizo ligeramente pesada la representación. Montaje del fallecido Klaus Michael Grüber, en lo musical dirigido por Semyon Bychkov, tal vez no llega a aprovechar la fuerza que podría tener. La iluminación de Guido Levi asimismo es efectiva, pero tampoco espectacular. Podría haber sido bastante más interesante en ese escenario y con esa historia.

La historia es intensa, y el libretista Hugo von Hofmannstahl sacó de Sófocles una tragedia psicológica sin dioses sino con personas de carne y hueso, con dolor y palabras que rasgan las entrañas. Elektra es catarsis y demencia. Sin embargo esta Elektra no llega a emocionar. La última parte levanta el vuelo y vemos destellos de gran espectáculo (así como sobresalen las apariciones de Crisótemis). Se ha alabado mucho el elenco con Christine Goerke. Tal vez ganara con ella. Pero la verdad es que yo me esperaba algo más de la Elektra que vi.

 

Foto: © Michele Crosera.

 

FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA

Elektra. Tragedia en un acto con libreto de Hugo von Hofmannsthal, basada en Sófocles. Música de Richard Strauss.

FICHA ARTÍSTICA

Dirección musical: Semyon Bychkov

Dirección de escena: Klaus Michael Grüber

Realización de dirección de escena: Ellen Hammer
Escenografía y figurines: Anselm Kiefer
Realización de escenografías: Christoff Wiesinger
Iluminación: Guido Levi
Dirección del Coro: Andrés Máspero

REPARTO

Klymâmnestra: Jane Henschel, Rosalind Plowright
Elektra: Christine Goerke, Deborah Polaski
Chrysothemis: Manuela Uhl, Ricarda Merbeth
Aegisth: Chris Merritt
Orest: Samuel Youn
Preceptor de Orest: Károly Szemrédy
Confidente de Klymâmnestra: Itxaro Mentxaka
Portadora del manto: Sandra Ferrádez
Viejo sirviente: Jason Bridges
Celadora: Svetla Krasteva
1º Doncella: Katarina Bradic
2º Doncella: Silvia de la Muela
3º Doncella: Letitia Singleton
4º Doncella: Sandra Ferrández
5º Doncella: Annett Fritsch

TEATRO REAL DE MADRID

Fecha de la representación a la que alude la crítica:

11/10/2011

TRES AÑOS, o la búsqueda del amor

Foto: Alicia González

CRÍTICA

Hermoso montaje. Delicado. Melancólico. Da lo mismo que estemos en el siglo XXI, en la España de los años 30 o en la Rusia de finales del siglo XIX. Una y otra vez igual. Seguimos buscando la felicidad. Buscando el amor. Y muchas veces no los encontramos. O si lo encontramos, él no nos encuentra a nosotros. Los protagonistas de «Tres años» así nos lo demuestran: Alejandro está enamorado de Julia, pero ella no lo está de él. Paulina de Alejandro, pero él no de ella. Jaime parece que está enamorado de Julia, pero sin embargo comienza a vivir con Paulina. Todos participan en un juego en el que parece no van a poder ganar nunca.

El montaje de Juan Pastor que se puede ver en el Teatro Guindalera de Madrid es una adaptación libre de la novela corta de Chejov «Tri Goda», cuya acción el dramaturgo y director traslada a la España de los años treinta. No es la única modificación con respecto al texto original, ya que Pastor y sus acompañantes en esta hermosa aventura han aportado diferentes cambios y detalles provenientes del resto de la obra de Chejov. La historia comienza con el personaje de Alejandro, perdidamente enamorado de Julia, a la que pide matrimonio. Un matrimonio al que ésta accede, pero sólo por escapar de su casa y poder vivir en la ciudad. Nos encontramos también con Paulina, profesora poco agraciada y ex-compañera de Alejandro, con Gregorio, cuñado de Alejandro y hombre primordialmente interesado en el dinero de la familia, y con Jaime, amigo íntimo del protagonista y que se ve disfruta enormemente en la compañía de Julia.

La obra comienza con los cinco actores-narradores (que están siempre en escena) dirigiéndose directamente al público, en un recurso que volverá en numerosas ocasiones a lo largo de la función y que aporta una tierna complicidad entre ellos y el público. La puesta en escena de este «Tres años» nos recuerda que muchas veces menos es más. Apenas tres muebles, un sofá y un par de sillas, un biombo y un piano, conforman el decorado de esta función, que privilegia y mima la labor de los actores por encima de todo. Aunque eso no quiere decir que tanto la iluminación, como el vestuario y la ambientación sonora no sean exquisitos, en el punto justo y necesario, ni más ni menos. Es una verdadera delicia poder ver este montaje y a sus intérpretes con la cercanía que facilita una sala como la Guindalera. Los cinco interpretes están magníficos. Raúl Fernández como Alejandro aporta a su personaje una ternura e indefensión maravillosas y nos hace compadecerle y sufrir con él su amor no correspondido. María Pastor dota a Julia de una dulce elegancia y acabamos encaprichándonos de ella al igual que Alejandro, a la par que nos vemos inmersos en sus dudas y arrepentimientos. José Maya defiende perfectamente también el papel de Gregorio, el cuñado, tal vez el menos agradecido pero necesario igualmente como contrapunto para los demás. Alicia González dota de una ternura y comicidad fantásticas a su Paulina, personaje al que inmediatamente se le toma cariño. Y José Bustos guía con encanto la obra como el principal narrador e interpreta a Jaime con un aspecto de galán y una ternura emocionantes. Bustos se encarga asimismo de tocar el piano en diferentes ocasiones, dando lugar a un par de momentos musicales. Uno de ellos en especial, el protagonizado por él junto a María Pastor, francamente bello y emotivo.

Lo increíble del montaje es su tremenda actualidad. Porque principalmente habla del ser humano y de su eterna búsqueda de la felicidad, del amor, de la necesidad de compartir la vida con alguien, de la importancia que puede tener el aspecto exterior y de la belleza y los problemas que puede acarrear, de cómo el amor puede llegar a transformarse en cariño o no… Todos estos temas por los que nos seguimos dando cabezazos contra la pared los seres humanos. Todo además tratado con un elegancia y ternura tremendas, así como con un fino sentido del humor que atraviesa toda la obra y que llega a provocar algunas carcajadas que ayudan a sobrellevar el dramatismo de la historia. Un dramatismo no sobredimensionado sino completamente sutil, como es en Chejov, lleno de delicada ironía sobre la condición humana.

La función termina, como todas tienen que terminar. Pero has sentido tan cerca a estos personajes que lamentas su fin. Y desearías no salir nunca de ese ambiente íntimo y mágico, tan tierno y delicado. Desearías seguir presenciando ese pequeño milagro que se está representando en la Guindalera. Pero, como ya he dicho antes, todo lo bueno se acaba. Sales de la sala y es tu turno para seguir buscando la felicidad.


FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA

REPARTO

ALEJANDRO: Raúl Fernández

JULIA: María Pastor

GREGORIO: José Maya

JAIME: José Bustos

PAULINA: Alicia González

 

EQUIPO ARTISTICO-TÉCNICO

AMBIENTACIÓN MUSICAL: Marisa Moro y Pedro Ojesto

ESPACIO ESCÉNICO: Juan Pastor

ILUMINACIÓN: Pablo Jaenicke

REALIZACIÓN DECORADOS: Samuel Pastor

VESTUARIO y AMBIENTACIÓN: Teresa Valentín-Gamazo

IMAGEN GRÁFICA: Javier Pastor y Manuel Benito

FOTOGRAFÍA: Manuel Martínez y Alicia González

AYUDANTE PRODUCCIÓN: Aitana Blanco

PRODUCCIÓN: Teresa Valentín-Gamazo

 

DIRECCIÓN: JUAN PASTOR

 

De jueves a domingo, 20:30h.
Teatro Guindalera
C/ Martínez Izquierdo, 20
28028 Madrid
Metro Diego de León (salida Azcona)
Bus 12 y 48
Tel. 91 361 55 21
http://www.teatroguindalera.com
Fecha de la representación a la que alude la crítica:
09/10/2011

AMERICAN IDIOT, un musical rabioso

CRÍTICA

El estreno del musical elaborado con las canciones de Joaquín Sabina, «Más de 100 mentiras» (que no he  tenido ocasión de ver), me ha recordado otros musicales que ya han aprovechado composiciones preexistentes de diferentes músicos, como el exitoso y naif «Mamma Mia», con las canciones de Abba como telón de fondo, el flojo (al menos en su versión española) «We will rock you», sobre las partituras de Queen, o este «American Idiot» del que voy a hablar, que tuve la oportunidad de ver en el St. James Theater de Nueva York, que versionaba el álbum completo del grupo de punk rock Green Day.

«American Idiot» es una opera-rock (en su sentido literal del término, viendo de donde viene), con una historia bastante vista, pero que gracias a las composiciones del conjunto estadounidense y a la total entrega del cast se convierte en una experiencia super potente que se queda en la memoria durante largo tiempo. Puede parecer extraño hacer un musical entero con las canciones de un álbum (aunque incluyen también algunas del «21st Century Breakdown»), y desde luego todo un reto. Pero viendo el resultado hay que reconocer que la idea es buena y las piezas funcionan perfectamente como un todo. Desde el comienzo, con ese himno que es «American Idiot», hasta el final, las canciones se suceden de forma natural (no como en algún que otro musical de este estilo que hemos podido ver, en los que se meten los temas con calzador), fluyendo una tras otra acompañando el transcurso de la narración. También es verdad que la estructura original del álbum ya ayudaba

La historia es sencilla. Tres amigos deciden escapar de su hogar en el interior de los EEUU para viajar a la gran ciudad y experimentar la vida allí. Uno de ellos no logra siquiera empezar el viaje, ya que su novia queda embarazada y finalmente decide permanecer junto a ella a pesar de no desearlo. Otro llega a su destino y se enrola en el ejército, perdiendo algo más que la confianza en la todopoderosa América en su camino. Y el tercero y protagonista de la obra, Johnny, decide dedicarse a la música pero se ve envuelto en una turbia historia (drogas incluidas) arrastrado por su nuevo amigo de la gran ciudad, St. Jimmy, una especie de reverso malvado del protagonista. Durante hora y media vemos cómo los sueños de los tres se van haciendo pedazos mientras la rabia y la impotencia se apodera de ellos.

El tema como digo está bastante trillado: la llegada a la gran ciudad, la juventud, desaprovechada, la decepción y la rabia proveniente de esta decepción…Son todos temas ya bastante utilizados con anterioridad en muchas historias. Y al principio así se ve, con una media sonrisa de «ya vamos con lo mismo de nuevo», pero la verdad es que luego se transforma en algo bastante dramático y desolador, reflejo de una generación perdida, que cobra una fuerza inusitada en un código poco dado a este tipo de reflexiones como el musical. La historia cuadra a la perfección con el inconformismo de las letras de Green Day, y hay que decir que no he visto a un elenco tan entregado en ninguna otra representación musical. Y no hablo sólo de los protagonistas sino de absolutamente todos los bailarines, cantantes y músicos que participan en él. Sin esta potencia y rabia que transmiten sus caras y cada uno de sus movimientos esta obra no sería ni una fracción de lo que es. Es extraordinaria la fuerza que tienen en su conjunto. Evidentemente con mención especial para sus tres protagonistas. Quien está un poco más fuera de onda y en otro registro completamente diferente al resto es la chica de la que se enamora el protagonista, interpretada por Rebeca Naomi Jones, que se pasa en su énfasis y gesticulación (por lo menos en la representación a la que yo asistí). Y hay que destacar también a St. Jimmy, aunque es una pena no haber podido asistir a alguna de las representaciones en las que este personaje era interpretado por el mismísimo cantante de Green Day, Billy Joe Amstrong.

El director Michael Mayer tiene a su disposición un decorado único magnífico de Christine Jones de estética industrial, con sus altos muros recubiertos de posters y pantallas de televisión, y otros elementos como la parte delantera de un coche colgando en vertical, un carrito de la compra sujeto con cadenas que sube y baja, una escalera que se desplaza por el escenario y que sirve tanto para interacción de los personajes como para que se sitúen músicos encima… No muchos elementos pero muy bien utilizados para ayudar a crear un ambiente algo caótico y buscadamente desastrado y beneficiando el movimiento escénico de los actores con respecto a cambios de decorado. La iluminación, con cambios violentos y utilizando en bastantes momentos luces estroboscópicas ayudan a crear un caos en escena propio de un concierto punk (aunque más controlado, eso sí), algo a lo que también ayuda el vestuario. Hay momentos magníficos, como el número de «Before the lobotomy», en el que los heridos de guerra comparten a varias voces se sentimiento de desolación y sus ansias de soñar, que emociona y pone los pelos de punta, así como el «Wake me up when september ends» con los tres protagonistas cantando y tocando la guitarra a kilómetros de distancia unos de los otros.

Sin duda es uno de los más energéticos espectáculos que he tenido posibilidad de ver. Y hay que reconocer que se te acaba incrustando en el cerebro, tanto por las composiciones de Green Day como la angustia de los personajes y las magnífica labor del reparto. Es incluso algo adictivo. Aunque también hay que decir que poco tiene de espíritu punk e inconformismo pagar lo que hay que pagar para ver esta función. En una crítica leí que los punks seguramente se reirían de este musical como se reían los east villagers del de Rent (que por otra parte a mí me parece fantástico). Es decir, que se pretende reflejar una realidad, pero hay cosas que no cuadran…lo primero porque es un espectáculo de Broadway, con todo lo que esto implica. Pero esto ya es otro tema.

FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA

AMERICAN IDIOT

Music by Green Day; lyrics by Billie Joe Armstrong; book by Mr. Armstrong and Michael Mayer; directed by Mr. Mayer; choreography by Steven Hoggett; musical supervision, arrangements and orchestrations by Tom Kitt; sets by Christine Jones; costumes by Andrea Lauer; lighting by Kevin Adams; sound by Brian Ronan; video and projections by Darrel Maloney; technical supervision by Hudson Theatrical Associates; music coordinator, Michael Keller; music director, Carmel Dean; associate choreographer, Lorin Latarro; associate director, Johanna McKean. Presented by Tom Hulce and Ira Pittelman, Ruth and Stephen Hendel, Vivek J. Tiwary and Gary Kaplan, Aged in Wood and Burnt Umber, Scott M. Delman, Latitude Link, HOP Theatricals and Jeffrey Finn, Larry Welk, Bensinger Filerman and Maellenberg Taylor, Allan S. Gordon and Élan V. McAllister and Berkeley Repertory Theater, in association with Awaken Entertainment and John Pinckard and John Domo. At the St. James Theater, 246 West 44th Street, Manhattan; (212) 239-6200. Running time: 1 hour 30 minutes.

WITH: John Gallagher Jr. (Johnny), Stark Sands (Tunny), Michael Esper (Will), Rebecca Naomi Jones (Whatshername), Christina Sajous (the Extraordinary Girl), Mary Faber (Heather) and Tony Vincent (St. Jimmy).

Fecha de la representación a la que alude la crítica:

29/03/2011

PRODUCT, de Mark Ravenhill

 

Para leer la crítica sobre el espectáculo “Product” que se representa en la sala Princesa del Teatro María Guerrero, remito a mi reseña publicada en la web de cultura NOTODO.COM:

http://www.notodo.com/escena/teatro_contemporaneo/2799_product_teatro_mara_guerrero_madrid.html

La Sala de la Princesa del María Guerrero acoge Product de Ravenhill, por Julio Manrique

Hay muchos tipos de risa. Risa histérica. Risa cómplice. Risa culpable. Hay veces que la risa se queda helada en la garganta. Y Product tiene la extraña capacidad de hacerte pensar en qué tipo de risa te provoca. Porque, como dice el propio Julio Manrique, director del montaje: ¿Quién cojones se cree que es este Ravenhill (autor del texto), haciendo broma y provocándonos de una manera tan frívola, valiéndose de un tema tan escabroso, hostia, tan delicado? El caso es que Ravenhill, Manrique y todo el equipo hacen que la hora pasada en la sala Princesadel Teatro María Guerrero se transforme en una experiencia delirante y muy divertida, a pesar del tema que trata la obra (o quizás a causa de ello). El punto de partida es tremendamente sencillo. Un monólogo en tiempo real en el que un productor le cuenta el argumento de su película a la actriz que quiere que la protagonice. Todo presenciado por un secretario que hace las veces de ambientador musical, doble de los personajes o lo que se tercie en cada momento. La película trata sobre una chica que perdió a su novio en el atentado de las Torres Gemelas y que se embarca en una historia completamente absurda de amor “fou” con un terrorista llamado Mohamed, que la llevará hasta extremos inimaginables. Este tema tan delicado se trasforma en Product en el detonante para hacer estallar la carcajada, de forma hilarante y casi continua. Mark Ravenhill, uno de los máximos exponente del llamado In-yer-face theatre, movimiento londinense brutalmente sincero y agresivo, no duda en utilizar cualquier elemento por extremo que sea para transmitir su mensaje y hacérselo llegar al espectador. Y aunque Ravenhill lo que nos plantee sea una comedia pura y dura, sigue fiel a sus raíces en cuanto a la intención provocadora con respecto al tema. Un tema que por otra parte cada vez es más fácil ver satirizado, pero que sigue provocando respeto.

Julio Manrique
, el director del montaje y adaptador del texto, figura destacada dentro del teatro catalán (este mismo montaje ya fue estrenado en la Sala Beckett de Barcelona en 2009), pero menos visto por estos pagos, consigue dotar de un ritmo endiablado a la acción con un muy acertado uso de todos los elementos que tiene a su disposición. Un escenario único, el despacho del productor, aprovecha el reducido espacio de la sala pequeña del María Guerrero de forma notable, con un estilo completamente realista, repleto de objetos con los que interactúan los personajes. La cercanía de los actores y esa intimidad que proporciona un espacio de estas características ayuda también a la representación, así como la cambiante y cálida iluminación. Sin olvidar la ambientación sonora, fantástica, parte fundamental de la puesta en escena de este entregado productor, que va desde Cindy Lauper a la banda sonora de Réquiem por un sueño (sin duda uno de los clímax absurdos del montaje). También nos encontramos con proyecciones que ayudan al protagonista en su performance. En cuanto a las actuaciones, los tres actores funcionan a la perfección en sus respectivos roles. David Selvas soporta prácticamente todo el peso de la obra en el personaje del productor. La actuación de Selvas es adrenalínica y en momentos exagerada, pero al fin y al cabo cuadra perfectamente con lo que sería este productor demente. Un monólogo siempre es difícil, el público es más exigente con este tipo de textos y es fácil caer en la monotonía, pero Selvas aprueba con nota. Si bien es cierto que sus compañeros de escena le ayudan, y mucho. Sandra Monclús interpreta a una actriz que apenas dice dos frases completas en la obra (el resto son monosílabos u onomatopeyas que caen en el momento justo y causan algunas de las mayores carcajadas de la función), y de la que realmente no se nos dan muchos datos directos pero que podemos describir por su actitud: una actriz en horas bajas, aficionada al alcohol, muy insegura y absolutamente despistada con respecto a lo que se le está contando. La interpretación de Monclús, que parece un animalillo asustado, se gana la simpatía del público desde el primer momento. Al igual que el personaje del secretario, interpretado por Norbert Martínez, en un registro más clownesco que sus compañeros. Su interpretación del abnegado secretario multiusos es causante de momentos muy simpáticos. Tanto este personaje como el de la actriz son añadidos a la versión original que sólo tenía la figura del productor en escena. Estos personajes hacen que el texto respire con ciertas intervenciones que no modifican en exceso el original pero que aportan un toque cómico magnífico. Lo bueno es que la comicidad del texto viene respaldada por una crítica a los prejuicios y lugares comunes respecto al tema oriente-occidente. La obra plantea asimismo una dura crítica contra el mundo del entretenimiento (¿es lícito poder tratar cualquier tema, sea el que sea?), y de convertir un asunto como el terrorismo islámico en una ficción hollywoodiense, con sus correspondientes dosis de romance y acción. ¿Se puede llegar a transformar cualquier tema simplemente en un producto que hay que contar bien para poder venderlo? La obra no emite ningún juicio. Es cada espectador quien elabora su propia conclusión. Sin duda se trata de un espectáculo muy recomendable, absurdo e inteligente a la vez, que demuestra que la provocación si está bien hecha puede transformarse en algo más.

+ INFO

Nombre del montaje: Product

Disciplina: Teatro contemporáneo

Director: Julio Manrirque

Autor: Mark Ravenhill

Adaptaci�n: Julio Manrique

Reparto: Norbert Martínez, Sandra Monclús, David Selvas

Escenografía: Lluc Castells
Vestuario: Maria Armengol
Iluminación: Jaume Ventura
Espacio sonoro: Dani Aznar
Vídeo: Marc Lleixà

D�nde: Teatro María Guerrero

Direcci�n: Tamayo y Baus, 4

Hasta: 30.10

Horario: De martes a sábado a las 19h. Domingos a las 18.30h.

Precio: 15€

YO, EL HEREDERO, de Eduardo de Filippo

 

Para leer la crítica sobre el espectáculo «Yo, el heredero» que se representa en el Teatro María Guerrero, remito a mi reseña publicada en la web de cultura NOTODO.COM:

http://www.notodo.com/escena/teatro_clasico/2790_yo_el_heredero_teatro_mara_guerrero_madrid.html

El Teatro María Guerrero acoge Yo, el heredero, un texto de Eduardo de Filippo dirigido por Francesco Saporano

Que todos heredamos algo de nuestros padres es un hecho irrefutable. ¿Pero hasta qué punto nos condiciona? ¿Y qué es lo que heredamos exactamente? En Yo, el heredero, del autor italiano Eduardo de Filippo, se nos muestra una situación extrema con relación a este tema. En ella, Ludovico Ribera, el protagonista de la obra, llega a la casa de la acomodada familia Selciano manifestando su derecho a recibir la herencia procedente de su padre recién fallecido. Un hombre, Próspero Ribera, que fue acogido durante más de treinta años en el seno de la familia Selciano y que vivió en base a su caridad. Pero esa herencia que reclama Ludovico (o Próspero II, como decide comenzar a llamarse) no se trata de una herencia material sino “sentimental” (les ha heredado a ellos) y con ese motivo decide ocupar el lugar de su padre para vivir de la caridad de la misma familia que tanto dio a su progenitor. A partir de ese momento se presenta en escena una lucha constante entre la familia Selcianoy el nuevo y autoproclamado recipiente de su caridad.

Eduardo de Filippo
(autor también de Filomena Marturano, origen de la película con Sophia Loren y Mastroianni Matrimonio a la italiana) escribió el texto en los años cuarenta, y todavía sigue vigente en nuestra sociedad actual. La idea del autor napolitano es sumamente original e incisiva, así como lo son las razones perfectamente argumentadas del hijo del difunto, cuya tesis principal consiste en que por culpa de la caridad de esta familia su padre decidió convertirse en un parásito, un vago que prefirió permanecer cómodamente allí, aun siendo objeto de burlas continuadas, en vez de encontrar un trabajo e ir a buscar a su hijo al que abandonó con cuatro años. Algo perfectamente bien fundamentado y que nadie puede poner en duda, pero que, sin embargo y paradójicamente, el mismo Ludovico no pretende aplicarse ya que aspira a seguir los mismos y exactos pasos de su padre.

Yo, el heredero arremete así de forma brutal contra la caridad hipócrita y la solidaridad mal entendida de una sociedad siempre con intereses ocultos. Todo tratado en la obra desde una óptica primordialmente cómica, pero que cambia de un género a otro sin problema, pasando de la comedia al drama intermitentemente, acompañando así en su perfectamente planeada inestabilidad emocional al personaje protagonista.

Francesco Saponaro
, que ya visitó el Centro Dramático Nacional con su estupenda Llueve en Barcelona, dirige este texto de De Filippo en el teatro María Guerrero ayudado por un muy acertado plantel de actores. Y en especial por su protagonista, un inmenso Ernesto Alterio, que da vida a Ludovico. Alterio se luce en este histriónico personaje, con un dominio sobresaliente del espacio escénico y una enorme capacidad para hacer el texto suyo. Ludovico es un terremoto para las conciencias de los Selciano, y así es la interpretación de Alterio, caracterizada hasta el extremo, que no para de moverse de un extremo al otro del escenario, vagando continuamente entre el estatismo de los demás personajes.

La obra, aún así, peca de cierta morosidad y, por ejemplo, los cambios de escena con los sirvientes no llegan a funcionar del todo. Pero hay magníficas escenas en las que se olvida por completo esa falta de ritmo que puede aquejar al relato, como la protagonizada por Ludovico y el cabeza de familia, Amedeo, muy bien interpretado también por José Manuel Seda, en la que ambos se enzarzan en una discusión fundamental sobre las razones por las que tiene derecho o no a quedarse el nuevo inquilino. Sobresale también la interpretación de Concha Cuetos (aunque con ciertos problemas de potencia vocal) que interpreta a la tía Dorotea, el personaje tal vez más desgraciado de la obra (aunque no lo parezca), y que acaba provocando la compasión del público.

Yo, el heredero
comienza con apariencia de comedia, pero poco a poco se va convirtiendo en una hiriente y demoledora crítica, de la que se sale con una sensación agridulce. Aunque no todos los objetivos del protagonista son destructivos. Ludovico no busca sólo aprovecharse, jugar con los sentimientos y desestabilizar la pretendida vida perfecta de aquellos a los que ve culpables de su situación, sino liberar a aquellos que todavía están a tiempo de escapar y buscar su propio camino, como la joven y tímida Bea, otra “víctima” de la caridad de los Selciano. En definitiva, Ludovico actúa como revulsivo para la tranquilidad de una burguesía italiana de los años cuarenta que se creía perfecta. Un revulsivo que, la verdad, sigue siendo necesario en la sociedad del siglo XXI. Y mucho tendrían que cambiar las cosas para dejar de necesitarlo.

+ INFO

Nombre del montaje: Yo, el heredero

Disciplina: Teatro clásico

Director: Francesco Saporano

Autor: Eduardo de Filippo

Reparto: Fidel Almansa, Ernesto Alterio, Beatrice Binotti, Concha Cuetos, África García, José Luis Martinez, Rebeca Matellán, Natalie Pinot, José Manuel Seda, Mikele Urroz, Yoima Valdés, Abel Vitón

Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Vestuario: Ana Rodrigo
Escenografía: Andrea D’Odorico
Canciones: Enzo Moscato

D�nde: Teatro María Guerrero

Direcci�n: Tamayo y Baus, 4

Hasta: 23.10

Horario: Martes a sábados a las 20.30h. Domingos a las 19h.

Precio: De 11 a 18€. Día del espectador reducción del 50%