PETIT PIERRE, con Adriana Ozores. Una joya mecánica

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(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Petit Pierre, dirigido por Carles Alfaro, en el Teatro de la Abadía de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

PETIT PIERRE. crítica de Miguel Gabaldón

El mundo como un carrusel mecánico que gira y gira, con sus pequeñas mezquindades, bellezas, guerras. Así lo entendía Pierre Avezard. Nacido en 1909, “un año pequeño” en el que él nace pequeño también: deforme, medio ciego, sordo y mudo. El mundo le rechaza y tiene que dejar de estudiar a los siete años para adoptar el oficio de los inocentes: pastor de vacas. Pero Petit Pierre, sin estudios ni saber leer o escribir, fascinado por el movimiento del universo, crea pequeños milagros mecánicos, tomando de partida los ejemplos que tiene a su alrededor. Y transformado la fealdad en belleza. Los aviones que sobrevolaban su pueblo francés en la II Guerra Mundial, para él son pequeños aeroplanos que lanzan remolachas para alimentar a las vacas.

Poco a poco, Petit Pierre fue erigiendo un universo paralelo impelido por su soledad hasta crear uno de las más pequeños y bellas metáforas del s. XX: un carrusel mecánico movido por un único motor, confeccionado con chapas, maderas y otros materiales no nobles y en el que se podía observar un pequeño y fascinante mundo en miniatura. Un ejemplo de ese llamado Outsider Art o Art Brut, con en el que Pierre, de forma completamente autodidacta y con materiales de desecho, reflejó de forma asombrosa un microcosmos particular en el que se mezclaban cientos de figuras: animales, tanques, flores de metal que jamás se marchitarían… Además de reflejar su soledad de forma absolutamente bella y naïf, al retratarse a él mismo bailando con una vaca sobre una redonda placa de metal mientras todos los demás disfrutan de parejas más convencionales.

La autora canadiense Suzanne Lebeau quedó maravillada por este personaje y decidió escribir una obra para niños y adultos sobre esta bella metáfora. Y ahora, Bambalina Producciones la hace aterrizar en el Teatro de la Abadía. Y no es de extrañar que una compañía de títeres se enamore de esta preciosa y pequeña historia. Carles Alfaro dirige el montaje, poniendo en marcha (después de Éramos tres hermanas) otro mecanismo de relojería movido por la sensibilidad y la poesía. Sólo dos intérpretes en escena, rodeados de un rústico invento circular y giratorio que nos sumerge en la mente de su protagonista. Jaume Policarpo es el encargado de poner  piel a Petit Pierre, con ternura y delicadeza. Con sus movimientos y gestos, Policarpo consigue una creación enternecedora y repleta de cariño. Y sus manos manejan los artefactos y pequeños títeres de la escena elegantemente, dotándoles de vida propia. Pero Policarpo no está solo en su viaje. Le acompaña una narradora de excepción, maestra de ceremonias de este cuento-carrusel y de la vida de Petit Pierre, encarnada de forma magistral por una impresionante Adriana Ozores. Y es que ella lleva el peso de la narración del espectáculo y nos arrastra en una montaña rusa de emociones haciéndonos girar y girar con su voz y su pasión. El engranaje entre los dos es sencillamente perfecto y conmueve en no pocas ocasiones.

Petit Pierre es una pequeña joya hecha de hecha de latón y madera. Y es que un mecanismo perfectamente engrasado también es la puesta en escena, con esa escenografía que envuelve a los personajes llena de movimiento, con sus pequeños muñecos y sencillas construcciones hechas de latón. Apoyada por una delicada iluminación llena de claroscuros y una casi omnipresente música que en ningún momento llega a cansar, sino que nos traslada sonoramente a este carrusel. Un canto a la vida, lleno de detalles infantiles pero también amargos que muestra los claroscuros del ser humano. De cómo hay seres tan especiales que a pesar de ser condenados al ostracismo le pueden hacer a ese mismo cruel mundo un regalo tan singular como para hacerles sentir niños de nuevo, devolviéndoles la inocencia y la capacidad de maravilla. Petit Pierre es una obra redonda como un tiovivo, llena de detalles, sutil y fascinante. Hermosísima y emocionante, pequeña gran metáfora del s. XX y de un mundo que “gira y gira, frágil, sin parar”.

M.G.

ÉRAMOS TRES HERMANAS. Chéjov pasando por Sanchís Sinisterra

treshermanas-770x1089(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Éramos tres hermanas en el Teatro de la Abadía de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

ÉRAMOS TRES HERMANAS. crítica por Miguel Gabaldón

Éramos tres hermanas es un experimento arriesgado. José Sanchís Sinisterra ha decidido desmembrar el original de Antón Chéjov en el Teatro de la Abadía y re-narrarlo, con los peligros que ello conlleva. Sin embargo la obra dirigida por Carles Alfaro consigue algo casi imposible: poner sobre escena unas hermanas asinisterradas pero completamente chejovianas. Una delicatessen en la que se ven reducidas a su nostálgica esencia, mostrando sus alma repletas de ilusiones brillantes oscurecidas por el paso del tiempo.

En escena, un piano de cola lleno de pajaritas de papel y algunas sillas. Una malla negra rodea el escenario, amparado a los laterales por la audiencia. Y las tres hermanas hacen su aparición. No son las tres hermanas de la historia de Chéjov en sus años mozos, sino tres mujeres ya mayores y ajadas, de maquillaje excesivo y fantasmagórico, vestidas con ropajes anticuados y extraños. Son las tres hermanas que han caído en el olvido, atrapadas, ancladas en un reducto con olor a viejo sin haber llegado jamás a ese Moscú soñado. Allí, en este espacio atemporal, no pueden más que volver revivir una y otra vez su historia, a recordar o imaginarse, a contarse las unas a las otras (con acotaciones incluidas) la obra imaginada por Chéjov, representando ellas mismas el resto de los papeles, los amados y los odiados que les han obligado a permanecer en ese limbo. Un limbo cubierto por una perenne malla negra que difumina su interior y los tres fantasmas que en él habitan.

La delicada iluminación deja la caja habitada por los espíritus de estas hermanas casi siempre en penumbra. El suelo y la pared reflejan las imágenes envejecidas de sus moradoras. Irina toca el piano y canta algunas piezas (emocionante, muy hermoso y melancólico ese Que reste-t-il de nos amours, y genial el I want to go to Moscow) como transiciones entre los actos chejovianos. La obra va avanzando en su deconstrucción, desde el desconcierto inicial del espectador (quien debe abrazar la propuesta, reconstruyendo la historia y el alma de estos personajes, no es para todos los públicos), y a pesar de que en su comienzo cuesta entrar en el código utilizado, hasta una inmersión total en esta reducción de las tres horas del original a apenas una hora y diez minutos. Y qué decir de las hermanas. Tres pedazo de actrices como copas de tres gigantescos pinos, empezando por la Olga de la insigne Julieta Serrano, pasando por la Masha de Mariana Cordero (ese “Otra vez…otra vez…” se te clava en el alma) hasta llegar a una deliciosa (no hay otro adjetivo posible) Irina con aires infantiles de Mamen García. Maravillosas. Y después de compartir sus historias, sus ilusiones truncadas, el absurdo, sus conversaciones y tristes amores queda la soledad, el sonido de los militares que se alejan, de ese pueblo, de esa casa, de ese espacio de sueños rotos del cual nunca podrán escapar… «Pasará el tiempo y nos iremos para siempre. Se olvidarán de nosotras, olvidarán nuestros rostros, nuestras voces y cuántas éramos… Éramos tres hermanas.»

M.G.