NOVECENTO, con Miguel Rellán

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(Esta crítica fue sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Novecento, dirigida por Raúl Fuertes, en el Teatro Español de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo. Ahora se puede seguir disfrutando de este monólogo con un gran Miguel Rellán en la Sala Tú)

NOVECENTO. Inmenso Rellán.
Crítica por Miguel Gabaldón

«No estás realmente jodido mientras tengas una buena historia y alguien a quien contársela», decía Novecento, el personaje alrededor del cual gira el monólogo de Alessandro Baricco interpretado por el gran Miguel Rellán en la sala pequeña del Español. A algunos les parecerá una buena historia y a otros no tanto, pero una cosa está clara: que Rellán no está (ni estará nunca) jodido, más bien todo lo contrario.

Raúl Fuertes dirige de forma invisible a más no poder el monólogo teatral del autor de la celebrada Seda. Y no se puede imaginar mejor actor que Miguel Rellán para poner voz y piel al trompetista que cuenta la historia de su mejor amigo, Danny Boodmann T.D. Lemon Novecento, el mejor pianista que había en el océano. El relato es una fábula que se podría tachar de simple (aunque el mensaje es bastante menos obvio y cargante que las moralejas de, por ejemplo, un Paulo Coelho cualquiera) pero que en manos de Rellán se convierte en una pequeña joyita llena de ternura con la que resulta francamente difícil no echar más de un suspiro (e incluso alguna lagrimica los más sensibles). El actor se enfrenta a este reto a cuerpo descubierto, sin ningún tipo de escenografía, envoltorio sonoro o intento estético para vestir sus palabras. Sólo un traje mal planchado y una corbata torcida. El intérprete y sus palabras (y parcos movimientos) nos trasladan a un mundo de músicas inimaginables entre las olas como sólo el mejor de los Cuentacuentos podría hacerlo. Rellán pone de relieve su bagaje actoral y llena de verdad todas y cada una de sus frases. Cuánta humanidad transmite este hombre y con qué sencillez lo hace todo. Maravilla.

Novecento es una historia sencilla acerca de la amistad y el pavor a enfrentarse a la vida real y las simples elecciones del día a día. La presencia del director, además de en la dirección de Rellán, sólo se advierte en el diseño de iluminación (algo que a algunos les parecerá pobre, pero que a mí particularmente me parece casi arriesgado). Una luz general que casi imperceptiblemente va disminuyendo hasta quedar en penumbra, como el protagonista y su amigo Novecento en esa sala de máquinas del crucero, ese útero gigante del cual el pianista no quiere salir. Las luces se apagan y sólo queda la tremenda humanidad de Rellán inundando la sala como las olas de ese omnipresente océano. Sin duda algo fantástico lo que ha conseguido: una oda a la palabra pura que consigue llenar de sensaciones e imágenes nuestra mente. Y después, uno tiene que salir de nuevo a la vida real y a tomar sus propias decisiones sin la cálida voz de este gran narrador para guiarle. «Es dinamita lo que tienes debajo del culo, hermano. Levántate y vete. Se acabó. En serio: esta vez se acabó.»

M.G.

LA PLAZA DEL DIAMANTE, con Lolita Flores

pzadiamante_fotosergioparra_03(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de La plaza del Diamante, dirigida por Joan Ollé, en el Teatro Español de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

LA PLAZA DEL DIAMANTE. Lolita y La Colometa.
Crítica por Miguel Gabaldón

Luces de verbena caen del cielo a un suelo de madera entre cuyos tablones crecen las hierbas. Un banco carcomido por el tiempo. Y Lolita sentada en él durante una hora y cuarto. Una hora y cuarto en la que se mete en la piel de la Colometa de Mercè Rodoreda. La Colometa protagonista de La plaza del Diamante, tal vez la novela más importante de las letras catalanas, que ahora se presenta en versión monólogo teatral en la Sala Pequeña del Español dirigida por Joan Ollé. Una apuesta, a tenor tanto de las opiniones de la crítica como de la afluencia de público, absolutamente ganadora. La prensa se ha rendido a los pies de una Lolita en estado de gracia y el público abarrota la sala.

Dicho esto, el espectáculo dirigido por Joan Ollé no me ha llegado. Puede ser el día (mío o de Lolita), la adaptación, la puesta en escena o todo junto. Pero el caso es que no me llegué a sumergir en la historia de esta mujer que va a donde le lleven las olas en esa Barcelona de la posguerra. Y no es que le tenga especial alergia a este tipo de historias (desde luego los que piensen “ya estamos otra vez con la Guerra Civil” que huyan como de la peste de la plaza de Santa Ana). Pero la emoción descrita en la mayoría de las crónicas que se ha publicado (he investigado para contrastar) no llegó. Y tengo que decir que tampoco vi ninguna lágrima en los ojillos de los espectadores (de edad provecta la mayoría, con lo cual público objetivo) a la salida de la función a la que yo acudí. Y eso que yo soy llorón e iba predispuesto. Eso sí, no se puede negar que Lolita desprende una humanidad enorme, tremenda, y su sonrisa y recatado gesto te ganan sin remedio, levantando de forma magnífica un personaje que no tiene nada que ver con ella. Pero su historia no me llegó como me esperaba. Personalmente, la propuesta escénica de Ollé (dejando aparte el precioso y sencillo decorado y la delicada iluminación apoyada por esas bombillas de colores) me resulta tal vez en exceso estática. Abusando de la música (por otro lado hermosa y ensoñadora, una cosa no quita la otra) de una forma reiterativa y algo aleatoria.

Es una función difícil, cada día es un mundo, así que no dudo que en otras funciones la Colometa llegue hasta el cielo y más allá. Desde luego Lolita ha demostrado que es una actriz como la copa de un pino y se avista que ha conseguido dotar a su personaje de un alma que no le cabe en el pecho. Incluso a pesar de una complicadísima propuesta para un intérprete, como es el hecho de que no se mueva ni un ápice (a excepción de cinco segundos en los que se levanta, respirando uno entonces aliviado porque la pobre mujer puede estirar las piernas). Pero, y vuelvo a repetir que seguramente es una excepción, en esta función el vuelo de la Colometa quedó más rasante de lo que me esperaba.

M.G.

EL LOCO DE LOS BALCONES, de Mario Vargas Llosa

ellocodelosbalcones_cartela4(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de El loco de los balcones, protagonizada por José Sacristán, en el Teatro Español de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

EL LOCO DE LOS BALCONES. Demasiados balcones.
Crítica por Miguel Gabaldón

«Los balcones son la historia y la memoria. Y la gloria de nuestra ciudad», reza la letra de la canción que suena al comienzo de El loco de los balcones. Por no decir que los balcones son también un peñazo de padre y muy señor mío. Porque con esa sensación salí del Teatro Español después de haber asistido a esta función. Y es que la iniciativa de poner en pie la obra teatral de Mario Vargas Llosa llega aquí a su culmen (después de montajes más o menos acertados como La Chunga o Kathie y el hipopótamo) con un texto que no hay por dónde cogerlo. Aunque no todo sea un despropósito y José Sacristán vuelva a llenar el escenario de una forma asombrosa. Sobre todo teniendo en cuenta los mimbres que tenía.

El loco de los balcones nos habla acerca de un profesor retirado y su cruzada para salvar los balcones limeños que las nuevas constructoras están demoliendo en aras del progreso. Su obsesión le hace convertirse en un Quijote italo-americano que se lleva por delante la felicidad de su hija. El problema es que ni estamos en Lima (con lo cual esa fascinación por la ciudad peruana pues qué quieres que te diga, le pilla un poco lejos al espectadorcito medio madrileño), ni el conflicto familiar (que es lo que tiene chicha) se desarrolla de forma clara (al final parece que toda la obra trata de la relación paterno-filial, pero sólo al final), ni la puesta en escena de Gustavo Tambascio logra salvar al texto del derribo. Y es que Vargas Llosa, más que en construir un edificio con cimientos en condiciones (los materiales están ahí y realmente podía haber surgido algo muy emotivo, sobre todo con esa interesantísima relación familiar, con sus pinceladas sobre la obsesión por el pasado y el progreso inmisericorde de la especulación urbanística) se empeña en centrarse en los adornos y levantar una oda a los balcones. Dedicando una obra entera a sus obras y milagros, por activa y por pasiva, por delante y por detrás, a su pasado y su presente… Una y otra vez, dale con los balcones… Balcones en monólogo, balcones en diálogo… Hasta que los balcones le salen a uno por las orejas. Los balcones tienen incluso una canción dedicada a su glorificación, «Los balcones son la historia y la memoria y la gloria», que se repite en no menos en seis ocasiones diferentes. A la tercera dan ganas de coger un buldózer y terminar con los balcones tú mismo.

Tambascio además, por si fuera poco, incrusta un balcón limeño a tamaño real a la derecha del escenario. Y balconcitos en miniatura por el resto de la escena. Sobredosis de balcones. Su propuesta tiene algunos momentos potentes, pero resulta algo caótica y excepto los protagonistas, el resto de intérpretes parecen haber sido dirigidos a una declamación exagerada que en ocasiones chirría. Y los momentos musicales son de traca. Eso sí, Candela Serrat, la hija, está fantástica. Al igual que la bonhombría de su pareja Carlos Serrano resulta simpática. Y siempre resulta una autentica gozada ver a un monstruo como Sacristán, inundando la escena con su espléndida voz y presencia, haciéndole a uno casi olvidar los dichosos balcones. Aunque parece que entre el musical de El hombre de la Mancha, el Yo soy Don Quijote de la Mancha y esta quijotesca historia, a Sacristán le han endilgado el ser nuestro caballero de la triste figura para los restos. En definitiva, que después de ver esta pieza uno entiende por qué se cargaron los balcones de Lima sin ningún tipo de miramiento. Aunque el teatro estaba abarrotado, así que al final idea tan mala tampoco debe de haber sido el montar esta obra de Vargas Llosa… Mucho loco de los balcones debe de haber suelto por Madrid, quién lo iba a decir.

M.G.

Pequeños dramas sobre arena azul, de Abel Zamora, ahora en el Teatro Lara

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Acaba de estrenarse Pequeños dramas sobre arena azul en el Teatro Lara. Aquí os dejo mi crítica publicada en Notodo.com con motivo de su estreno en La casa de la portera. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.

CRÍTICA

¿Cómo serían las desventuras animales vistas desde una óptica humana? Esto es lo que nos cuenta Pequeños dramas sobre arena azul, de Abel Zamora, dramas ínfimos sobre un cajón de arena de gato en La casa de la portera. Según la sinopsis uno esperaba ver un tejido de historias urbanas entrelazadas protagonizadas por jóvenes desencantados. Pero cuando uno entra en los aposentos porteriles se encuentra con un actor vestido de felino. Y así, sorprendidos (me hubiera gustado mantener esto en secreto, pero para elaborar la reseña resultaba un poco imposible) descubrimos que los protagonistas de este montaje son mascotas. Y su dueña (Mentxu Romero), una soltera psicótica y egoísta (esa sí que es animal) enganchada a las páginas de contactos (unas citas que siempre siempre acaban como el rosario de la aurora, by the way).

El caso es que en ese piso cohabitan una gata recién parida (Marta Belenguer), un felino extremadamente sensible (David Matarín), un noblote perro (el propio Abel Zamora) y un par de visitantes: el gato callejero (Raúl Prieto) y la paloma yonqui (Nuria Herrero). Abel Zamora, autor también del texto, dirige el montaje y lo colma de ternura hacia sus mascotas. Y los actores, muy metidos en este universo animal, consiguen transmitir esa indefensión y rechazo ante unos acontecimientos que no comprenden (así como el amor indispensable hacia estas creaciones) y amaestran al público. Momentos francamente graciosos conviven con esos dramas del título, consiguiendo un efectivo equilibrio (aunque alguna escena resulte un pelín larga) que consigue encerrar al público en este original y reducido universo.

Pequeños dramas sobre arena azul es una especie de La dama y el vagabundo para la escena, mezclado con un culebrón venezolano (porque hay momentos de telenovela total, francamente curiosos al ser puestos en pie por mascotas dosmésticas) de aire indie, que funciona. El montaje, lleno de referencias populares (desde La sirenita hasta Física o Química), más allá de la simple gracieta en que podría convertirse nos habla de las ansias de libertad, la bestialidad humana, el absurdo de la dominación y acaba dejando un poso mucho más amargo de lo que se esperaba al comenzo… Una fábula moderna ante la que uno no puede más que decir… “Miau”.