EL LOCO DE LOS BALCONES, de Mario Vargas Llosa

ellocodelosbalcones_cartela4(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de El loco de los balcones, protagonizada por José Sacristán, en el Teatro Español de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

EL LOCO DE LOS BALCONES. Demasiados balcones.
Crítica por Miguel Gabaldón

«Los balcones son la historia y la memoria. Y la gloria de nuestra ciudad», reza la letra de la canción que suena al comienzo de El loco de los balcones. Por no decir que los balcones son también un peñazo de padre y muy señor mío. Porque con esa sensación salí del Teatro Español después de haber asistido a esta función. Y es que la iniciativa de poner en pie la obra teatral de Mario Vargas Llosa llega aquí a su culmen (después de montajes más o menos acertados como La Chunga o Kathie y el hipopótamo) con un texto que no hay por dónde cogerlo. Aunque no todo sea un despropósito y José Sacristán vuelva a llenar el escenario de una forma asombrosa. Sobre todo teniendo en cuenta los mimbres que tenía.

El loco de los balcones nos habla acerca de un profesor retirado y su cruzada para salvar los balcones limeños que las nuevas constructoras están demoliendo en aras del progreso. Su obsesión le hace convertirse en un Quijote italo-americano que se lleva por delante la felicidad de su hija. El problema es que ni estamos en Lima (con lo cual esa fascinación por la ciudad peruana pues qué quieres que te diga, le pilla un poco lejos al espectadorcito medio madrileño), ni el conflicto familiar (que es lo que tiene chicha) se desarrolla de forma clara (al final parece que toda la obra trata de la relación paterno-filial, pero sólo al final), ni la puesta en escena de Gustavo Tambascio logra salvar al texto del derribo. Y es que Vargas Llosa, más que en construir un edificio con cimientos en condiciones (los materiales están ahí y realmente podía haber surgido algo muy emotivo, sobre todo con esa interesantísima relación familiar, con sus pinceladas sobre la obsesión por el pasado y el progreso inmisericorde de la especulación urbanística) se empeña en centrarse en los adornos y levantar una oda a los balcones. Dedicando una obra entera a sus obras y milagros, por activa y por pasiva, por delante y por detrás, a su pasado y su presente… Una y otra vez, dale con los balcones… Balcones en monólogo, balcones en diálogo… Hasta que los balcones le salen a uno por las orejas. Los balcones tienen incluso una canción dedicada a su glorificación, «Los balcones son la historia y la memoria y la gloria», que se repite en no menos en seis ocasiones diferentes. A la tercera dan ganas de coger un buldózer y terminar con los balcones tú mismo.

Tambascio además, por si fuera poco, incrusta un balcón limeño a tamaño real a la derecha del escenario. Y balconcitos en miniatura por el resto de la escena. Sobredosis de balcones. Su propuesta tiene algunos momentos potentes, pero resulta algo caótica y excepto los protagonistas, el resto de intérpretes parecen haber sido dirigidos a una declamación exagerada que en ocasiones chirría. Y los momentos musicales son de traca. Eso sí, Candela Serrat, la hija, está fantástica. Al igual que la bonhombría de su pareja Carlos Serrano resulta simpática. Y siempre resulta una autentica gozada ver a un monstruo como Sacristán, inundando la escena con su espléndida voz y presencia, haciéndole a uno casi olvidar los dichosos balcones. Aunque parece que entre el musical de El hombre de la Mancha, el Yo soy Don Quijote de la Mancha y esta quijotesca historia, a Sacristán le han endilgado el ser nuestro caballero de la triste figura para los restos. En definitiva, que después de ver esta pieza uno entiende por qué se cargaron los balcones de Lima sin ningún tipo de miramiento. Aunque el teatro estaba abarrotado, así que al final idea tan mala tampoco debe de haber sido el montar esta obra de Vargas Llosa… Mucho loco de los balcones debe de haber suelto por Madrid, quién lo iba a decir.

M.G.