LA INAPETENCIA y LA EXTRAVAGANCIA, de Rafael Spregelburd. Absurdos Pecados


La Extravagancia 1


CRÍTICA

¿Por qué pensar que la familia es la mejor manera de organizar los cuerpos en el espacio?.  Esta particular pregunta que se lanza en la obra “La extravagancia” (que junto con “La inapetencia” vuelve a la sala AZarte durante este mes de enero) es el eje de este programa doble. Dos razones, dos pecados por los que tenemos que sentirnos culpablemente agradecidos. Agradecidos porque, gracias a éstos y al Lúcido que hasta hace poco pudimos ver en el CDN, la figura del argentino Rafael Spregelburd tiene una presencia, sólida y perturbadora, en las salas de Madrid. Las obras de este autor consiguen introducirnos en un mundo absurdo en el que se fuerza al espectador continuamente a replantearse la realidad, en el que la línea argumental tradicional se desmembra y en el que la familia como institución se pone en tela de juicio de forma sistemática. Todo regado con un sentido del humor negro y delirante que provoca a menudo unas deliciosas risas.

«La inapetencia» y «La extravagancia» son dos piezas inedependientes (aunque con puntos que conectan entre sí) pertenecientes a la “Heptalogía de Hieronymus Bosch” (un personal acercamiento de Spregelburd a los siete pecados capitales) (ojalá caigan los cinco restantes, por cierto) que se presentan en programa doble dirigidas por Diego Sabanés. En «La extravagancia» (que en pecado capital sería la envidia) se nos presentan a unas trillizas con los desopilantes nombres de María Socorro, María Brujas y María Axila. El caso es que una de ellas es adoptada, pero no saben cuál de las tres es. El absurdo está servido desde el planteamiento mismo de la función, como se puede comprobar. Las tres son interpretadas por Lola Polo, en un divertidísimo recital de recursos interpretativos. Dos de las hermanas en directo se preguntan continuamente quién será la adoptada (hay una cuestión de vida o muerte en el aire, y por ello necesitan averiguarlo), mientras que la tercera es una omnipresente presentadora de televisión, que lascivamente comenta desde asuntos fonéticos (simplemente desternillante la reflexión sobre las palabras con la letra “l”) hasta mitológicos, proyectada desde una pantalla con fondo cósmico (cual presentadora de cualquier nocturno de presupuesto ínfimo). La obra transita por las envidias de estas tres mujeres, regada con un hilarante sentido del humor y, con la valiosísima ayuda de la brutal vis cómica y la caracterización de la protagonista, se erige en una breve y deliciosa pieza de tono absurdo.

En «La inapetencia» (que sería como la lujuria), aunque tal vez no tan redonda como la primera, el mundo spregelburdiano alcanza cotas de delirio aún mayores. La obra comienza presentando a una pareja sin hijos, con problemas sexuales y comunicativos. Posteriormente la mojigata mujer se lanzará a la lascivia mediante la visita a una empresa sadomasoquista, descubriremos cómo fluctúa sin sentido ninguno su número de hijos o asistiremos incluso al momento en que regala una de ellos a un gitano… Una serie de contradicciones y re-presentaciones de la realidad en la que el absurdo es el camino principal (y podríamos decir que único). El eje es este singular personaje femenino, que interactúa con vídeos proyectados a sus espaldas en un ejercicio de precisión de puesta en escena y coordinación. Patricia Almohalla, la protagonista, va ganando puntos mientras avanza la función y consigue salir airosa del reto con nota. Delfín Estévez resulta algo melifluo como el marido (aunque por otra parte resulta muy acorde con el personaje) y Julia Fournier defiende bien el personaje de Laila, al igual que el elenco de los vídeos pregrabados.

La extravagancia. La inapetencia. Dos estimulantes piezas, que gustarán sin duda si se disfrutó con la magnífica y especial Lúcido. Y si bien es cierto que los medios de esta compañía son bastante más modestos (aunque a la obra de Ochandiano tampoco le sobrara el presupuesto) y la sala AZarte no es el Valle-Inclán, donde hay talento no se tiene en cuenta la falta de recursos. Y sin duda consiguen transmitir esa particular concepción (tan heredera del absurdo beckettiano) de la esencia del relato y de la realidad de Spregelburd: La realidad es una construcción de lenguaje de los poderosos. Los poderosos arman argumentos y los esgrimen como los únicos posibles, mientras que la ficción, lo que hacemos nosotros, debe poner a la realidad en absurdo, y demostrar que los acontecimientos que nos rodean son apenas una versión posible de lo real y no la única, y fundamentalmente, no la más verdadera.


WEB DEL ESPECTÁCULO: http://lainapetenciaylaextravagancia.wordpress.com/


La Inapetencia 2

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