LAS DOS BANDOLERAS, dirigida por Carme Portaceli

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(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Las dos bandoleras, dirigida por Carme Portaceli, en el Teatro Pavón de Madrid, que hora está de gira por España. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

LAS DOS BANDOLERAS, dirigida por Carme Portaceli.
Crítica por Miguel Gabaldón

Dos mujeres se ven ultrajadas por sendos hombres que, aprovechando la falta del padre de aquéllas, les prometen matrimonio para robarles el honor después. Estas dos hermanas, Inés y Teresa, se transformarán entonces en vengadoras del género femenino en general, cargándose a todo aquel macho ibérico que se encuentren por los caminos de la sierra donde se esconden. Ellas son Las dos bandoleras, nueva obra de Lope de Vega que pone en pie el CNTC en el Teatro Pavón.

Carme Portaceli dirige el texto adaptado por Marc Rosich y ella misma, y que no sólo se basa en Las dos bandoleras, sino que introduce otra de las piezas bandoleras del Fénix de los ingenios, La serrana de la Vera. El efecto es algo extraño, porque no se llega a entender muy bien si este personaje, la Leonarda serrana, es un fantasma recordando sus andanzas (protegiendo también el honor femenino), si estamos asistiendo a un juego temporal o qué demonios. Sin embargo la propuesta, aunque no afinada del todo (el cambio de tono tal vez es lo que descoloca), resulta curiosa.

Portaceli utiliza tres montículos dorados (geométricos, como formados por pirita, un poco retrofuturísticos al rollo Barbarella) y un fondo también rocoso y geométrico para situarnos en esa sierra por donde deambulan las bandoleras. Algunos elementos de la puesta en escena despistan ligeramente: música y vestuario tampoco llegan a encontrar un tono uniforme, ya que el vestuario oscila entre el traje de época y el uniforme militar de s. XX, y uno no llega a centrarse. Sin embargo las actuaciones en general demuestran buen tono, en especial un Helio Pedregal sólido y potente como el padre de las hermanas, interpretadas por las televisivas Macarena Gómez y Carmen Ruiz, que se defienden bastante bien en las lides del verso (muy en particular Carmen Ruiz). Y con las armas, porque hay una (larga) escena de lucha bastante conseguida. En definitiva, que Las dos bandoleras es un espectáculo que, aunque se deja ver más que aceptablemente, tampoco robará la emoción a nadie. “Y en este punto se acaba, por hoy, las dos bandoleras.”

M.G.

EN EL DESIERTO, de Chevi Muraday

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(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de En el desierto, de Chevi Muraday, en el Matadero de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

EN EL DESIERTO. Transformación.
Crítica por Miguel Gabaldón

«Hace años, siglos, milenios (aunque podría ser ayer) fuimos reinas, fuimos reyes… Ahora en este mar de escombros sólo hay islas.» Humo y música. Palabra y movimiento. Emoción y belleza se unen en la última creación de losdedae. Después de Return y Cenizas, Chevi Muraday erige un monumento a la emoción con esta inmensa pieza de teatro-danza. Un hombre de negro lucha contra un oscuro muro que le persigue. Un ladrón desnudo corre en su desesperación. Una chica rapada ha perdido sus ropas y su sonrisa. Y en su defensa acude una hermosa y decidida mujer que huye con una maleta. Un quijotesco pianista arrastra su instrumento y se metamorfosea con él. Y una frágil chica acude con las notas de su música. Y un hombre vestido con una bata de cola lucha entre lo que es y lo que quieren que sea.

Esto son los siete personajes, las siete islas que vagan sin rumbo por este desierto que han creado Muraday y su compañía losdedae. No hay palabras para describir la belleza de un espectáculo que consigue trasladar al espectador a una especie de universo postapocalíptico con apenas unos elementos. La aparentemente sencilla escenografía es un prodigio estético y metafórico que sirve como perfecto complemento para la narración y los movimientos de los personajes, con unos módulos (esas islas) que van evolucionando, mutando, complementándose. Casi respirando y cobrando vida propia a lo largo del espectáculo. El estupendo vestuario apocalíptico potencia la extremada elegancia de los movimientos de los intérpretes y nos traslada también a ese polvoriento desierto que «desarma toda certeza». La magnífica iluminación sumerge al espectador en una atmósfera única a través de la cual los personajes danzan al ritmo de unas fantásticas, oníricas y hermosísimas composiciones musicales.

Este espectáculo es casi una ceremonia, vital y llena de poesía en movimiento. Un sueño, una búsqueda de la luz y la risa a través del desierto en la que imaginar una nueva sociedad llena de luciérnagas de belleza estremecedora. Y tiene lo que tiene una obra cuando es arte, que es transformadora. Y es que Muraday, responsable de la dirección artística y coreográfica, Guillem Clua, responsable de la dirección teatral, y toda la compañía y equipo levantan uno de los más hermosos y emocionantes espectáculos de los últimos años. Una auténtica catarsis.

Con un elenco en estado de gracia, intérpretes absolutamente entregados (más bien en trance) que trasmiten el dolor, la desesperación y la melancolía de manera estremecedora. Pero más todavía la alegría y la belleza cuando llega el momento. Ernesto Alterio sorprende en el papel de pianista y resulta perfecto para su personaje, rebosante de una bella locura. Ana Erdozain resulta hipnótica como esa chica en busca de su sonrisa. La sutileza y fragilidad de Sara Manzanos es sencillamente perfecta. Muraday es el mejor guía posible a través de este desértico periplo para compartir su agua con nosotros. David Picazo consigue una evolución magistral en su personaje. La siempre hermosa Maru Valdivielso aporta su innata elegancia a cada uno de los movimientos (y la emoción en cada palabra que dice). Y Alberto Velasco está espectacular enfundado en ese vestido de bata de cola. Todos y cada uno de ellos se mueven y tocan a sus compañeros con emoción y veneración, calman nuestra sed de belleza y hacen de este espectáculo una oda al ser humano. Crear una nueva sociedad de las ruinas y de la crisis de la anterior es posible. E inmensamente bello. En el desierto lo demuestra. Sumergíos en su arena y nadad en sus dunas, porque es un viaje absolutamente imprescindible. Saldréis transformados.

M.G.

39 DEFAULTS, de Mar Gómez Glez

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(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de 39 Defaults en el Teatro Guindalera de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

39 DEFAULTS. De Nueva York a la Guindalera.
Crítica por Miguel Gabaldón

El 15M y Occupy Wall Street, Thoreau y la desobediencia civil, The Wire y Un tranvía llamado deseo, suspense y comedia se mezclan en el nuevo estreno que acaba de llegar al Teatro Guindalera. 39 defaults llega invitada a esta siempre interesante sala que sigue resistiendo en la calle Martínez Izquierdo, después de haber sido estrenada en Nueva York. Un texto de Mar Gómez González que se basa en la figura de Enric Duran, el llamado Robin de los Bancos, que estafó cerca de medio millón de euros a diferentes entidades financieras, dejando 39 impagos (los 39 defaults del título) con el objetivo de denunciar el sistema capitalista y poder financiar diferentes iniciativas antiestablishment.

La historia gira en torno a dos personajes: Ricard, un activista español que después de una conferencia en Nueva York va a casa de una chica que acaba de conocer, Liz, mientras espera que se ponga en contacto con él la persona que le va a acoger esa noche. El texto de Gómez González y la puesta en escena de Laura Madera transitan a través de esa velada improvisada con naturalidad, frescura y de forma amena, vadeando la pretenciosidad (en la que podía caer de cabeza). Ciertos secretos guardados por los personajes mantienen un suspense que hace plantearse qué está pasando realmente entre los personajes. La historia navega entre el teatro social, la comedia (muy bien traídos esos problemas lingüísticos) y hasta la intriga, indagando acerca de la falta de confianza, la cobardía y la realidad de una sociedad en crisis.

La puesta en escena de la directora Laura Madera es sencilla y con ritmo, centrándose en las interpretaciones, con apenas un par de elementos escenográficos (libros y sofás) y un músico en escena (que no aporta demasiado, todo sea dicho, pero le da rollito al asunto). En cuanto a las interpretaciones, Ana Adams y Juan Caballero ponen en pie un estupendo trabajo actoral. Ambos consiguen hacer absolutamente creíbles esos dos personajes e introducirnos en esta habitación en la que no se sabe qué puede suceder. Sólo un pero (muy pequeñito): hay que decir que Ana Adams tal vez es demasiado guapa (ya podían ser todos los peros así) para el personaje ya que, en concordancia con algunas actitudes de Liz, Caballero (si fuera hetero y un hombre con necesidades como la media de la sociedad española, por muy revolucionario que sea) debería caer rendido a los pies de la muchacha desde el minuto uno (por cierto, que «please, no me gusta beber sola» es una frase que voy a empezar a utilizar cuando quiera emborrachar a alguien). Pero vamos, que esto no tiene nada que ver con su interpretación que, lo dicho, es estupenda como lo es también la de Caballero.

39 defaults es una obra perspicaz y muy entretenida que nos acerca a un habitación repleta de idealismo (y también realidad), falta de confianza y miedo. Una montaje cuyo final, aunque en algún momento uno tema que pueda virar hacia el maniqueísmo, deja un amargo y muy interesante espacio para la reflexión y el debate. Un montaje muy apropiado también para la delicada situación en que se encuentra esta sala en la que se representa, con un riesgo real e inminente de cerrar sus puertas para siempre. Volvamos a la Guindalera, porque la sala necesita toda nuestra ayuda. Y 39 defaults es una ocasión perfecta (al igual que Duet for one, la otra función que tienen en cartel) para seguir siendo revolucionarios y apoyar el teatro.

M.G.

LA VIOLACIÓN DE LUCRECIA, con Nuria Espert

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(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo de la reposición de La violación de Lucrecia , protagonizada por Nuria Espert, en el Teatro de la Abadía de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)
LA VIOLACIÓN DE LUCRECIA. La lección de La Espert.
Crítica por Miguel Gabaldón.
«Conducido por las pérfidas alas de un deseo infame, el impúdico Tarquino abandona el ejército romano, y a toda prisa huye de Ardea, la villa sitiada, a llevar a Colatio el fuego sin claridad que, oculto bajo pálidas cenizas, acecha el momento de lanzarse y rodear con su cintura de llamas el talle del dulce amor de Colatino, la casta Lucrecia. Quizá este nombre de casta fue lo que, desgraciadamente, agudizó el filo no embotado de su irresistible deseo…»


Qué gusto da escuchar a «La Espert« recitando el poema de Shakespeare La violación de Lucrecia. Y mira que no soy muy fan de esta diva (la sobreactuación parece que está siempre agazapada en su inquietante sonrisa), pero en esta ocasión, y gracias también a la mano maestra de Miguel del Arco, consigue ofrecer un tour de force realmente impresionante, lleno de matices, colores, y se entiende por qué se le puede llamar un auténtico mito de la escena.

El trágico poema shakespeariano, traducido por José Luis Rivas Vélez, acerca del pérfido Tarquino y su insano deseo por la casta Lucrecia, esposa de Colatino (un hecho que desembocaría en el advinimiento de la República en Roma) se convierte en el montaje que se puede ver en la Abadía (cuatro años después de su estreno en el Español) en un aténtico festín. Un must para cualquier amante del buen teatro. La violación de Lucrecia es un poema gore, lleno de deseo impúdicos, sangre y violencia, que en contra de lo esperable, se pone en escena de la manera más elegante que se pueda imaginar.

Nuria Espert, ya con las sienes plateadas, consigue mantener la atención durante el más de hora y cuarto que dura el espectáculo, llenando con sus matices, inflexiones y años de sabiduría cada segundo de su parlamento. Y es que lo de la catalana tiene tela, porque ya simplemente afrontar este reto con cerca de 80 años es delirante, pero hacerlo en la forma en que lo hace… es casi imposible. Brutal su poder hiponótico, ese regalo con cada cambio de personaje, desde Lucrecia a su marido pasando por su violador. Todo guiado por la mano de Miguel del Arco, en un medidísima puesta en escena que imprime perfecto ritmo a su montaje. La sencillez y poder evocador de la escenografía y vestuario de Ikerne Jiménez, la exacta ambientación sonora de Sandra Vicente y la continuamente mutable iluminación (de diez) diseñada por Juanjo Llorens arropan con una atmósfera sutil y exquisita los pasos de la Espert.

Una oportunidad única (casi histórica) para ver a esta gran actriz en su apogeo: magnífica, delicada y dueña de todas y cada una de las palabras que salen de su boca y movimientos que la siguen. La violación de Lucrecia es una auténtica delicatessen teatral. «Presenciar tristes espectáculos conmueve más que oír su narración, porque entonces los ojos interpretan a los oidos la dolorosa representación que están contemplando. Cuando cada uno de los sentidos percibe aisladamente una parte de la catástrofe, solo es una parte de dolor la que comprendemos», reza un fragmento de esta misma pieza. Pero en este caso hay que llevar la contraria al bardo, ya que la Espert y Del Arco  han obrado el milagro y conseguido conmover con su narración sin tener que recurrir a fuegos artificiales. Arte puro.

M.G.

LA VENUS DE LAS PIELES, dirigida por David Serrano

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(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de La Venus de las pieles, dirigida por David Serrano, en el Matadero de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

LA VENUS DE LAS PIELES. El sado y Clara Lago
Crítica por Miguel Gabaldón

La Venus de las pieles, texto escrito por David Ives de gran éxito en Broadway y en el que se basó Roman Polanski para su última película, llega al Matadero de la manos de David Serrano. Es ésta una historia metateatral, con la lucha de los sexos y el sadomasoquismo de marco. Un director, Diego del Pino (Diego Martín), que ha adaptado la novela de 1870 de Leopold von Sacher-Masoch La Venus de las pieles está realizando audiciones para encontrar a su actriz ideal. Todas le defraudan hasta que, inesperadamente, llega Vanda (Clara Lago), una joven alocada que, curiosamente, se llama igual que la protagonista de la obra y quien demostrará sus dotes de fascinación para con el director.

El texto es muy interesante. Sólo hay que acercarse a la película para darse cuenta (aunque el teatro no es el cine, y desde luego Serrano no es Roman Polanski, con lo cual estas comparaciones no proceden). Sin embargo hay textos tremendamente sustanciosos que, con una dirección equivocada, se quedan en una anécdota. Y esto parece que es lo que ha pasado con esta Venus. Cierto es que está dando sus primeros pasos y puede que evolucione, pero lo cierto es que en este momento no llega a progresar adecuadamente.

La puesta en escena de David Serrano es en exceso sencilla, descartando el crear una atmósfera que ayude a introducir al espectador en la turbiedad de la historia y dejando en manos de los dos protagonistas todo el peso de la función. Algo a lo que no se le podría poner pegas si las interpretaciones fueran subyugantes. Pero lamentablemente no llega a ser el caso. Y no es que los actores no valgan (aunque su tirón mediático resulte algo sospechoso para algunos), sino que más bien parecen decisiones de dirección las que provocan que esta Venus de las pieles se ahogue entre los visones. El televisivo Diego Martín por ejemplo se queda plano, demasiado plano con su Diego del Pino, sin llegar a interesar al espectador lo que le suceda ni deje de suceder. Tal vez sus matices son en exceso sutiles, y le falta garra, chulería o fascinación, dependiendo de la ocasión. Sólo se le ha dotado de una continua prepotencia que resulta bastante falsa. Y a Clara Lago (más de moda imposible debido a esos hiper-recaudadadores Ocho apellidos vascos) se le plantea un doble reto, ya que debe enfrentarse a dos registros completamente opuestos. Por un lado protagoniza unos momentos muy divertidos pero francamente excesivos (y con un único objetivo: hacer reír al público cueste lo que cueste) en un registro loco y aparatoso de chica malhablada y torpona. Y por otro, cuando interpreta a la protagonista de la obra dentro de la obra, mantiene un tono tal vez excesivamente lineal, que impide su evolución y por tanto se pierde el interés del espectador en estos fragmentos. El público debe experimentar la misma fascinación que siente el protagonista por ella, pero ésta nunca llega (y da la impresión de que la chica podría transmitirla perfectamente ya que tiene las herramientas).

En definitiva, La Venus de las pieles es un texto que podría dar para mucho más, y probablemente evolucione con el rodaje. Pero por ahora no llega a tener el ritmo adecuado (hay bajones peligrosos) y casi resulta premonitoria esa frase que repiten durante el montaje: “El Señor lo atormentó y lo puso en manos de una mujer…”

M.G.

MISÁNTROPO, de Miguel del Arco

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(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Misántropo, de Miguel del Arco, en el Teatro Español de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

MISÁNTROPO. Del Arco vuelve a dar en la diana.
Crítica por Miguel Gabaldón

«Los halagos chorrean como la mierda en este callejón», anuncia el Misántropo de Miguel del Arco y Kamikaze Producciones que ha recalado en el Teatro Español. Una esperadísima adaptación del clásico de Molière en el que un hombre lucha contra la hipocresía que le rodea en una sociedad corrompida y acaba siendo el bicho raro de la fiesta. Del Arco ambienta la historia en la actualidad, en ese callejón al que da la salida de emergencia de una fiesta. El lugar donde la gente se asoma para hablar en intimidad, fumar, meterse rayas o despotricar contra los demás. Un inmejorable y muy acertado emplazamiento el de Del Arco para ubicar esta historia de corruptelas morales. La puesta en escena es sobresaliente, con un cinematográfico uso de la iluminación y el sonido (y un perpetuo y arriesgado chunda chunda fiestero de fondo) que establece un espectáculo mitad costumbrista-mitad expresionista (con esos apartes alucinatorios del protagonista, cámara lenta incluida) que agarra al espectador y no le suelta hasta que baja el telón.

La versión (del propio director) conjuga frases del original de Molière con expresiones actuales que no rompen en ningún momento la sonoridad del texto, resultando así completamente vigente y bastante natural, con una aleación perfecta entre comedia y tragedia. La contraposición entre honestidad e impostura imaginada por Molière en el s. XVII converge en este lugar con la misma actualidad que en sus tiempos. Políticos, artistas sin talento, chismosos y personajes adoradores de la adoración se entremezclan en esta fiesta, representando figuras harto contemporáneas en manos de un elenco excepcional (que ya demostró su buen hacer de sobra en La función por hacer o Veraneantes).

La ironía con que despliegan sus artes estos intérpretes (desde el primero hasta el último) levanta carcajadas, recabando también potentes momentos de reflexión. Cristóbal Suárez es un fantástico y divertidísimo Orante, José Luis Martínez un esquivo Clitandros, Manuela Paso una genial y retorcida Arsinoé (fantástico el polite enfrentamiento con Celimena), Raúl Prieto un encantador Filinto que además establece una maravillosa pareja de melancólico feeling con la afable Eliante de Miriam Montilla (la más normal de todos). Bárbara Lennie, por su parte, interpreta elegante y seductoramente a la enamorada del protagonista (paradójicamente cúmulo de defectos que él detesta). E Israel Elejalde consigue un más que acertado Alcestes, el hombre recto y honrado que no consigue cuadrar en una sociedad llena de mentiras.

En definitiva, Del Arco y los kamikazes han puesto en pie uno de los espectáculos de la temporada, entretenimiento de primer orden con la calidad que se esperaba (que no era poca). Su frescura y dinamismo la convierten en la adaptación perfecta de este clásico a nuestros tiempos (cambiando sonetos ridículos por canciones de moda no menos irrisorias o cartas por mensajes de whatsapp), encerrando tras la risa y el sarcasmo una amarga moraleja, dejando al espectador la sensación de haber visto no una historia de hace siglos sino completamente contemporánea, tanto en su forma como en su terrible fondo. Y al final, la puerta se cierra y Alcestes abandona ese callejón lleno de mierda “Volverá, hay que confiar. Tenemos que confiar…

M.G.

EL LOCO DE LOS BALCONES, de Mario Vargas Llosa

ellocodelosbalcones_cartela4(Esta crítica ha sido publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de El loco de los balcones, protagonizada por José Sacristán, en el Teatro Español de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

EL LOCO DE LOS BALCONES. Demasiados balcones.
Crítica por Miguel Gabaldón

«Los balcones son la historia y la memoria. Y la gloria de nuestra ciudad», reza la letra de la canción que suena al comienzo de El loco de los balcones. Por no decir que los balcones son también un peñazo de padre y muy señor mío. Porque con esa sensación salí del Teatro Español después de haber asistido a esta función. Y es que la iniciativa de poner en pie la obra teatral de Mario Vargas Llosa llega aquí a su culmen (después de montajes más o menos acertados como La Chunga o Kathie y el hipopótamo) con un texto que no hay por dónde cogerlo. Aunque no todo sea un despropósito y José Sacristán vuelva a llenar el escenario de una forma asombrosa. Sobre todo teniendo en cuenta los mimbres que tenía.

El loco de los balcones nos habla acerca de un profesor retirado y su cruzada para salvar los balcones limeños que las nuevas constructoras están demoliendo en aras del progreso. Su obsesión le hace convertirse en un Quijote italo-americano que se lleva por delante la felicidad de su hija. El problema es que ni estamos en Lima (con lo cual esa fascinación por la ciudad peruana pues qué quieres que te diga, le pilla un poco lejos al espectadorcito medio madrileño), ni el conflicto familiar (que es lo que tiene chicha) se desarrolla de forma clara (al final parece que toda la obra trata de la relación paterno-filial, pero sólo al final), ni la puesta en escena de Gustavo Tambascio logra salvar al texto del derribo. Y es que Vargas Llosa, más que en construir un edificio con cimientos en condiciones (los materiales están ahí y realmente podía haber surgido algo muy emotivo, sobre todo con esa interesantísima relación familiar, con sus pinceladas sobre la obsesión por el pasado y el progreso inmisericorde de la especulación urbanística) se empeña en centrarse en los adornos y levantar una oda a los balcones. Dedicando una obra entera a sus obras y milagros, por activa y por pasiva, por delante y por detrás, a su pasado y su presente… Una y otra vez, dale con los balcones… Balcones en monólogo, balcones en diálogo… Hasta que los balcones le salen a uno por las orejas. Los balcones tienen incluso una canción dedicada a su glorificación, «Los balcones son la historia y la memoria y la gloria», que se repite en no menos en seis ocasiones diferentes. A la tercera dan ganas de coger un buldózer y terminar con los balcones tú mismo.

Tambascio además, por si fuera poco, incrusta un balcón limeño a tamaño real a la derecha del escenario. Y balconcitos en miniatura por el resto de la escena. Sobredosis de balcones. Su propuesta tiene algunos momentos potentes, pero resulta algo caótica y excepto los protagonistas, el resto de intérpretes parecen haber sido dirigidos a una declamación exagerada que en ocasiones chirría. Y los momentos musicales son de traca. Eso sí, Candela Serrat, la hija, está fantástica. Al igual que la bonhombría de su pareja Carlos Serrano resulta simpática. Y siempre resulta una autentica gozada ver a un monstruo como Sacristán, inundando la escena con su espléndida voz y presencia, haciéndole a uno casi olvidar los dichosos balcones. Aunque parece que entre el musical de El hombre de la Mancha, el Yo soy Don Quijote de la Mancha y esta quijotesca historia, a Sacristán le han endilgado el ser nuestro caballero de la triste figura para los restos. En definitiva, que después de ver esta pieza uno entiende por qué se cargaron los balcones de Lima sin ningún tipo de miramiento. Aunque el teatro estaba abarrotado, así que al final idea tan mala tampoco debe de haber sido el montar esta obra de Vargas Llosa… Mucho loco de los balcones debe de haber suelto por Madrid, quién lo iba a decir.

M.G.

LOS MÁCBEZ, dirigida por Andrés Lima

A3-los-macbez-foto(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de Los Mácbez en el Teatro María Guerrero de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

LOS MÁCBEZ. Shakespeare en versión galega.
Crítica por Miguel Gabaldón

“Salve Mácbez, presidente de la Xunta. El castillo de Inverness es el Pazo de Betanzos. Las brujas, meigas (y algo putas). Y Macbeth y esposa, Los Mácbez (Javier Gutiérrez y Carmen Machi). El director Andrés Lima y el dramaturgo Juan Cavestany (ambos curtidos en Animalario) han traído su particular versión de la obra de Shakespeare al Teatro María Guerrero. Una adaptación en la que el Barón de Glamis es en esta ocasión director general en la Xunta de Galicia. Y que no ansía el reinado de Escocia sino la presidencia galega. Una adaptación de claros y meridianos tintes políticos, con todos los dirigentes y sus manos manchadas de sangre. Y es que esta tragedia sobre la ambición y la traición más ruines tiene mucho de contemporánea (ya lo vimos hace poco también con ese MBIG empresarial y retro).

Cavestany versiona el texto, haciéndolo más llano y coloquial aunque manteniendo ciertos retazos literarios. Aún así las referencias cambian y hasta se habla (y canta) en gallego. Y el caso es que la idea es interesante y parecía que podía tener bastante miga, pero ta tampoco aporta nada nuevo a la historia (además de que hay acciones y reacciones que no cuadran trasladadas desde la época shakesperiana hasta la actualidad, por supuesto). Con lo cual uno se queda un poco igual a la salida que cuando entró (si no cabreado en caso de los puristas, que entonces ni acercarse, claro). La retranca algo esperpéntica con que se le ha proveído a la historia parece que le resta fuerza a la tragedia Shakespeariana. Y Los Mácbez no llega finalmente a impactar ni mover a la reflexión, haciéndose en ocasiones algo larga.

Y aunque la puesta en escena es interesante (un cubo luminoso en el que se mueven los personajes), hay algo que le falta que hace que no llegue a despegar. Y eso que empieza de forma muy interesante (con la pareja en escena y Gutiérrez con los pantalones por los tobillos mientras se canta en directo una canción muy à la Lynch). Interesante la violencia en escena, eso sí. Muy conseguida, así como los momentos sexuales MachiGutiérrez, tremendos (la relación está basada en el sexo, y se transmite a la perfección sin falsedad ninguna). Y las actuaciones, tanto las de todos los secundarios (triplicados o cuadriplicados en diferentes personajes) como las de los protagonistas son más que interesantes. Javier Gutiérrez es un Mácbez apocado, muy influenciable en las tremendas manos de su mujer. Y por supuesto el intérprete lleva el personaje con su buen hacer. Y Machi es una Señora Mácbez bastante terrorífica, y ambiciosa hasta la médula. Estupenda en este registro tan diferente a los que tiene habituados al gran público.

En definitiva, que este Los Mácbez ni bien ni mal sino todo lo contrario. Macbeth es mucho Macbeth, y aunque siempre resulta interesante, esta adaptación tal vez no era demasiado necesaria. Y es que lo del refrán de Mexan por nós e temos que dicir que chove (o Nos mean y tenemos que decir que llueve, vamos) no hace falta que nos lo digan, que ya lo vemos en el telediario todos los días.

M.G.

EL COLECCIONISTA, de John Fowles

(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de El coleccionista en sala Arte y Ensayo de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

EL COLECCIONISTA. Mariposa en cautividad.
Crítica por Miguel Gabaldón

“Cada vez que la veía experimentaba la misma sensación que cuando conseguía atrapar un raro ejemplar de mariposa…”, comenta el protagonista de El coleccionista de John Fowles, la novela llevada al teatro por Carlos Martínez-Abarca en la sala Arte y Desmayo. Un hombre extraño, neutro en materia sexual, coleccionista de mariposas que secuestra a una joven con la que lleva largo tiempo obsesionado. Juanma Gómez, el encargado de interpretar a este perturbado, nos recibe en la sala antes de que empiece la función como tal, sentándose meditabundo en una silla del centro de la escena, enfrascado en sus mariposas y sus pensamientos, durante largo tiempo. Una eficaz introducción para sumergirnos en la psique de este demente fascinante, tímido y educado de mirada perdida, y su relación con Miranda (Lorena Roncero), su objeto de deseo.

Ésta es una adaptación de la novela del 63 (que por cierto es altamente recomendable, así como interesante es también la adaptación cinematográfica de William Wyler) mucho más que notable. Un ejemplo de teatro clásico bien hecho. Y el doble punto de vista de la novela (de la víctima pero también del secuestrador) se consigue de forma muy acertada en esta propuesta. Aunque algunas decisiones de puesta en escena en particular puedan chirriar un poco al principio (sólo tienen presencia física los elementos realmente importantes para la protagonista, con lo cual hay veces que los actores realizan la acción de beber sin tener una copa en las manos, por ejemplo) luego uno se acaba metiendo en la historia de cabeza y la segunda parte del espectáculo es una auténtica brutalidad. Porque además El coleccionista no es sólo una historia de intriga tipo El coleccionista de amantes (aunque pueda ser perfectamente el antecedente de todos esos thrillers noventeros), o un juego psicológico sin más, sino que invita a una reflexión más intensa sobre otros aspectos, ya que el secuestrador es un hombre sin educación ni inteligencia (pero con dinero) y la secuestrada una universitaria que se cree superior intelecualmente. Con lo cual la relación que se establece entre los dos da lugar a curiosas situaciones de poder y comportamiento provocadas por una división intelectual de la sociedad.

La puesta en escena, con una escenografía minimalista y un sencillo pero muy eficaz diseño de iluminación centra el foco de atención en la labor de los intérpretes y su agotador y cruel partida. Y es que Juanma Gómez ha logrado una interpretación perfecta, con la mezcla justa para resultar inquietante, amenazador y por momentos incluso digno de compasión (como un apocado pero peligroso Norman Bates). Fascinante, en definitiva. Y Lorena Roncero, quien interpreta a Miranda, va creciendo y creciendo de forma espectacular durante el transcurso de la obra para acabar dando un recital interpretativo tremendo de esos que ponen los pelos como escarpias (y que deben de dejarla exhausta). El coleccionista es un espectáculo de esos angustiosos que golpean al espectador y sin duda muy recomendable para disfrutar de un espectáculo inteligente y unas impactantes interpretaciones.

M.G.

EL TRIÁNGULO AZUL, de Laila Ripoll y Mariano Llorente

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(Esta crítica fue publicada en la web de cultura Notodo.com con motivo del estreno de EL TRIÁNGULO AZUL en el Teatro Valle-Inclán de Madrid. Para más información podéis hacer clic aquí y ver la reseña en la web de Notodo.)

EL TRIÁNGULO AZUL. Chotis en el campo de concentración.
Crítica por Miguel Gabaldón

El amarillo para los semíticos. El marrón para los judíos. El rosa para los homosexuales. Y “Azul como el cielo azul es el triángulo de España…” Los españoles fueron los primeros en entrar en Mauthausen y los últimos en salir. Ningún gobierno se preocupó de si estaban vivos o muertos y tuvieron que lucir el distintivo azul, el de apátrida, porque el gobierno de Franco así lo decidió. Siete mil españoles pasaron por Mauthausen. Los que sobrevivieron no llegaron a dos mil, según comentan los autores de El triángulo azul. El espectáculo escrito por Laila Ripoll y Mariano Llorente (que forma parte también del reparto) y dirigido por aquélla, que se acaba de estrenar en el Teatro Valle-Inclán y que rinde homenaje a estos apátridas que sufrieron y cantaron en el campo de concentración de Mathausen. Porque El triángulo azul es una atípica propuesta que aúna la narración histórica, el vodevil y la intriga con un expresionismo satírico que lo convierte en un montaje mucho más que interesante.

El triángulo azul no busca la conmoción fácil, sino que juega con el humor negro para conseguir sus fines. Un humor negro como el de uno de sus protagonistas, Paco, que ríe porque es lo único que puede hacer allí para caer en las garras de la locura y poder así seguir viviendo. Según comentan también los autores, en la Navidad de 1942 los españoles consiguieron, por primera y única vez en la historia de los campos, autorización para representar teatro. Sabían que, para sobrevivir, no tenían más arma que su moral y su sentido del humor. No escogieron un gran texto áureo, ni una tragedia universal, no. Los deportados españoles del campo de Mauthausen representaron una revista musical repleta de suripantas, vicetiples y pelucas rubias fabricadas con virutas de madera.

Y el espectáculo utiliza hábilmente este punto de partida y trufa la narración con múltiples números musicales de género netamente español, desde el pasodoble del triangulito hasta el chotis del crematorio (fantásticos) consiguiendo un esperpento trágico que ayuda a tratar de forma muy poco ortodoxa un tema tan espinoso como éste. La historia de estos españoles es narrada por el miembro de las SS Paul Ricken (Paco Obregón), como un arrepentido ojo que todo lo ve, un personaje omnipresente en escena, muy hábil recurso de Ripoll y Llorente para contar la historia. Él era el fotógrafo del campo, y sus documentos poseen un lugar fundamental en el montaje (tanto en la narración como en la puesta en escena, ya que se proyectan en múltiples ocasiones). El escenario, tirando a expresionista, recuerda a la cantera en la que se veían forzados a trabajar (con un desagüe en el centro que parece aludir a las infames duchas de gas). Hay un bloque de piedra que sirve de mesa de trabajo y otros bloques de piedra que los personajes desplazan. La sugerente iluminación y un muy certero diseño de sonido acompañan la labor de los actores, espléndida. Un sólido elenco que resulta completamente creíble en cada uno de sus papeles y que (para más INRI), son buenos hasta cantando (acompañados por un grupo de tres músicos en directo). Vamos, que El triángulo azul es uno de los espectáculos más recomendables que hay en cartelera en la actualidad. Un homenaje sui generis al heroísmo de los españoles en los campos y que adopta la peculiar manera de algunos de ellos para enfrentarse al horror. «Azul como el cielo azul, azul como el cielo azul…¡es el triángulo de España!»

M.G.